En 1983, el matrimonio de sociólogos Gladys Engel Lang y Kurt Lang publicaron “The Battle for Public Opinion”, un libro que buscaba explicar cómo los estadounidenses, en menos de dos años, pasaron de una reelección arrolladora de Richard Nixon a en su mayoría estar a favor de que se le sometiera a un juicio político.
Después de todo, el escándalo de Watergate no fue una total sorpresa; había evidencias de una conexión entre la Casa Blanca y el allanamiento antes de la elección de 1972; el comercial de la campaña de George McGovern presentaba un montaje de encabezados nocivos de Watergate mientras un narrador decía: “Esto tiene que ver con fondos ocultos. Esto tiene que ver con engaño. Esto tiene que ver con la Casa Blanca”. No obstante, de algún modo, la historia no cuajaba. “El problema que significó estaba mucho más allá de lo que preocupaba a la mayoría de la gente”, escribieron los Lang. Los detalles eran confusos, “su importancia era difícil de desentrañar”.
La transmisión por televisión de dos series de audiencias en el Congreso ayudó a cambiar esa percepción. Primero fue la del Comité Selecto del Senado sobre las Actividades de la Campaña Presidencial, mejor conocido como el comité Ervin, que comenzó sus actividades en mayo de 1973. Estas audiencias no fueron de mucha consecuencia para cambiar el voto de Nixon, pero la gente se quedó absorta en el tema y se tomó más en serio las fechorías del gobierno. Para cuando terminaron, “Watergate” se había transformado de ser la palabra clave para describir un robo que salió mal en un edificio del mismo nombre a una descripción más amplia de la corrupción gubernamental.
Luego vinieron las audiencias del Comité Judicial de la Cámara de Representantes sobre el juicio político en 1974. Las deliberaciones finales de este comité no fueron un juicio, de acuerdo con los Lang, pero para los observadores sí lo fue, así que el debate público vino a girar en torno a la interrogante de la culpa o la inocencia de Nixon. El 5 de agosto, surgió la prueba definitiva de su culpabilidad: la grabación en la que Nixon acordaba un plan para que la CIA le pidiera al FBI que dejara de investigar Watergate, que fue como la “pistola humeante”. Después de eso, escribieron los Lang, “la lógica inexorable de los hechos” condujo a la caída del presidente.
Estamos a punto de descubrir si los hechos todavía tienen una lógica inexorable. Los esbozos de la venalidad y deslealtad cívica básica de Donald Trump han sido evidentes desde la campaña de 2016; Hillary Clinton nos advirtió sobre él, tal como McGovern había advertido sobre Nixon. Sin embargo, hasta ahora ni los demócratas ni los fiscales han hilado las varias tramas de los delitos presidenciales en una imagen consistente, una que muestre cómo convergen todas las prácticas empresariales oscuras, las finanzas opacas, la vulnerabilidad al chantaje, los abusos de poder y el servilismo para con los autócratas extranjeros de Trump.