Se esperaba que 2020 fuera un año con grandes desafíos, sobre todo por la forma en que terminó 2019
Joel Ángel Bravo Anduaga
La guerra comercial entre China y Estados Unidos; las protestas sociales y crisis en varios países (Hong Kong, Chile, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Líbano, etc.), son solamente algunos elementos que presagiaban un convulso 2020.
La muerte del General iraní Qasem Soleimani ha sido un catalizador de la incertidumbre a nivel global, de la cual se preveía su presencia, pero no con la intensidad con que se ha manifestado en este inicio de año. En diversos análisis se ha calificado el hecho como inesperado e incluso temerario.
Quiero llamar la atención en los riesgos a los que las sociedades se van a enfrentar. En el muy posible escenario de aumento de eventos que van a ser etiquetados como inesperados, también crece la posibilidad de mayores errores en la toma de decisiones políticas, las cuales no necesariamente van ligadas a la complejidad del evento, sino más bien a la incapacidad de adaptación y/o de preparación para situaciones de incertidumbre, con las que los Gobiernos y la sociedad en general lidiarán de manera más continua.
Con la justificación de que “no se preveía”, se pueden esconder tanto incapacidad como falta de pericia política. La depreciación de una moneda o el aumento de la gasolina, no deben de justificarse solamente en la cuestión externa. En Chile, por ejemplo, la clase política ha argumentado que “nadie preveía” el estallido social, a pesar de que diversos indicadores económicos señalaban que la desigualdad había llegado a un límite insostenible.
En el caso del diferendo entre los Gobiernos de Washington y Teherán, muchos Gobiernos se escudarán en él para justificar errores anteriores, sobre todo en políticas económicas.
La sociedad debe estar atenta a esta situación, pues sin importar el país, va a ser necesario aprender a convivir con lo llamado inesperado, contingente y/o extraordinario. La situación amerita observar los fenómenos que se presentan en el mundo