Ocurre que el verano argentino es un invento de Juan Domingo Perón. Antes de su llegada al poder en 1945, las vacaciones eran un privilegio de las clases altas
José Natanson
Con sus playas de arena gruesa y mar bravo y una oferta gastronómica de calamar frito y merluza, Mar del Plata, la ciudad-símbolo del verano argentino, logró en febrero la mayor asistencia de turistas de las últimas tres décadas. Para ello fue clave la reorientación económica del actual presidente argentino, Alberto Fernández, quien, en contraste con la melancolía impuesta por el ajuste neoliberal del Gobierno anterior, apuesta a la “democratización del ocio” en sintonía con la historia más virtuosa del peronismo.
Ocurre que el verano argentino es un invento de Juan Domingo Perón. Antes de su llegada al poder en 1945, las vacaciones eran un privilegio de las clases altas, que en las primeras décadas del siglo XX le imprimieron a Mar del Plata el estilo de la Belle Époque francesa, visible todavía en la rambla marítima y en casonas señoriales como la Villa Victoria Ocampo, cuyo jardín de robles, cedros y castaños de la India habría inspirado a Borges a escribir ‘El jardín de los senderos que se bifurcan’, y que se conserva intacta como el recuerdo de una Argentina aristocrática hoy extinta.
En solo una década, Perón convirtió las vacaciones pagas y el aguinaldo, hasta entonces limitados a los empleados públicos, en derechos constitucionales para todos los trabajadores.
Se inauguró el servicio de trenes rápidos a Mar del Plata y se creó una nueva categoría de precios promocionales, denominada “turista”, que incluía descuentos en hoteles y restaurantes. La popularización del ocio vacacional siguió con el primer festival de cine de Mar del Plata y el centro Chapadmalal, un conjunto de hoteles para los hijos de los trabajadores que Perón, en una de esas provocaciones a las que era tan afecto, amplió con 650 hectáreas expropiadas a la oxidada y muy tradicional familia Martínez de Hoz. Ningún cambio, sin embargo, fue tan simbólico como el del casino. El carnet personal que se exigía antes de entrar permitía a las autoridades filtrar a los jugadores considerados indeseados.