Aunque nuestras vidas digitales sigan fluyendo, nuestras vidas físicas se han paralizado
Jorge Carrión
Penélope espera a Ulises en Ítaca y Giovanni Drogo, a los tártaros en el desierto. Vladimir y Estragón aguardan la llegada de Godot. Diego de Coronel esperan sendas cartas. No es un ‘spoiler’ revelar que solo Ulises cumple las expectativas, pero al menos todos esperan algo concreto que da forma a su esperanza. Y nosotros, ¿qué estamos esperando? ¿La vacuna? ¿La inmunidad? ¿La caída de la curva de contagios? ¿El regreso de la anormal normalidad? ¿El fin del capitalismo?
En la congelación actual del tiempo, en una situación de intervalo y de final absolutamente abierto, no podemos hacer nada más que esperar sin saber muy bien a qué. Aunque nuestras vidas digitales sigan fluyendo, nuestras vidas físicas se han paralizado. Mientras los Estados se disponen a geolocalizarnos para controlar el contagio, nos preguntamos por nuestra nueva condición ciudadana. El cosmopolitismo ha sido puesto en jaque por un virus que ha activado políticas nacionales y ha cerrado fronteras. Y su vacío lo ha ocupado el estoicismo.
Para preservar la antigua idea de que somos ciudadanos del mundo –y actualizarla en este contexto sumamente adverso– debemos ser pacientes y permanecer atentos. Esas dos viejas virtudes pasadas de moda, la paciencia y la atención, han vuelto a cobrar vigencia en esta época nerviosa, frenética, impaciente.
La etimología de la palabra paciencia nos conduce al verbo latino ‘pati’, sufrir, que une a quien no tiene prisa con quien sufre una enfermedad. Durante la pandemia, en que el agente por excelencia es un virus insaciable, todos somos doblemente pacientes. Sintomáticos o asintomáticos, en el hospital o en casa, nos vemos obligados a aprender a gestionar la ansiedad, la desesperación, mientras padecemos la COVID-19 en nuestro propio cuerpo o en el de nuestros familiares, amigos o vecinos.
No es extraño que estas semanas de cuarentena nos hayan convertido a todos en pacientes atentos. Durante los últimos años la aceleración y el sobreestímulo nos habían transformado en criaturas distraídas, con serios problemas de concentración. Pero la atención se ha vuelto ahora imprescindible en su bisemia: cortesía y estudio, respeto y alerta. Atender es sinónimo de cuidar y de esperar, de interesarse por el otro, por lo ajeno.