Al actual presidente se le apoda el Pejelagarto, aunque más bien parece encarnar a la perfección la descripción hecha por Bartra del arquetipo abstracto del mexicano, el ajolote
Daniel González
Según Roger Bartra, el mexicano es un ser cuya evolución cultural suspendida lo deja en una condición permanente de estancamiento entre la barbarie y la civilización. Nos situamos a medio camino entre la cultura autoritaria y la racionalidad democrática. Utilizamos el discurso de la civilización democrática como una utopía pero no la perseguimos en verdad, nos acomodamos a medio camino entre ella y nuestra tradición social jerarquista, con el Tlatoani en la cúspide de la pirámide. Al final no somos ni lo uno ni lo otro, sino un hibrido que no alcanza a verse a sí mismo, a comprenderse y entender que debe terminar su evolución para encaminarse a la solución de todos sus problemas. El símil que utiliza Bartra es el ajolote. Una cuasi-salamandra endémica que nunca termina su evolución.
Al actual presidente se le apoda el Pejelagarto, aunque más bien parece encarnar a la perfección la descripción hecha por Bartra del arquetipo abstracto del mexicano, el ajolote. El discurso de López Obrador siempre ha sido el de un demócrata consumado, aunque a la hora de gobernar, de actuar, más bien parece un político mexicano de viejo cuño; de la época del partido único.
El primer rasgo que mostró al llegar al poder es el mesianismo. El bautizo de su gobierno con el nombre de La Cuarta Transformación así lo devela. Es megalómano auto-señalarse como el líder de un cambio revolucionario de esas magnitudes. Hacerlo implica equipararse, de un plumazo, con los personajes míticos más grandes de la historia nacional.
El segundo rasgo del presidente es la acumulación del poder. Mientras todo el mundo está distraído con su discurso mañanero y desgarrándose las vestiduras por sus errores superficiales, él acumula todo el poder político posible. Se echa a la bolsa al ejército, a los empresarios más afines a su trayectoria. Acumula aliados en el poder legislativo y judicial. Somete a los gobernadores propios y lo intenta con los ajenos. Suma adeptos a su causa a través de otros líderes sectarios que suman sus rebaños al suyo. Fortalece su relación con el grupo político y económico de Donald Trump.