El problema grave es que esta polarización tiene origen y principio, pero representa una bola de nieve cuesta abajo que en algún momento ya no puede ser controlada ni dirigida
Alejandro Gutiérrez/Columnista
Una característica del populismo que se vive alrededor del mundo es la polarización que han provocado en las sociedades, tanto los personajes que las gobiernan bajo esa denominación, como los partidos opositores que pretenden llegar al poder.
La narrativa siempre es la misma: el pueblo pobre, víctima sempiterna de abusos, de saqueos, de despojo y empobrecimiento, haciendo justicia en contra de los perversos riquillos, saqueadores, extranjeros y ventajosos que durante años han expoliado a los pobres.
Ocurre hoy en Estados Unidos, bajo la narrativa de Trump, en Inglaterra bajo el discurso de Johnson, en Argentina bajo la demagogia de los Kirchner/Fernández, en España con el discurso de Pedro Sánchez/Pablo Iglesias, o en México con la narrativa de López. En todos los casos lo que prevalece es la mentira, la ficción y demasiado de la corrupción que dicen combatir.
El problema grave es que esta polarización tiene origen y principio, pero representa una bola de nieve cuesta abajo que en algún momento ya no puede ser controlada ni dirigida. Se pierde toda civilidad en la sociedad, las discusiones dejan de ser racionales y conducidas por canales mediáticos o parlamentarios, y se pasa a la acción directa, al desquite, a la agresión y al ajuste de cuentas.
En estados Unidos vimos una marcha de toda una organización de gente de color en Louisiana, armados con rifles de asalto, marchar “pacíficamente” en protesta por la enésima muerte de un negro en otro estado, a manos de la policía. La manifestación se permitió por las autoridades y el encono, la rabia contenida fue acompañada por la presencia de otros grupos igual o peor de radicales.
La descalificación, la burla, la satanización y el reto a los opositores o a quienes no piensan igual es el pan de cada día de los dirigentes populistas quienes, desde luego, dicen representar al pueblo bueno, cuando siempre se trata de corruptos y demagogos que desprecian la legalidad y las reglas con las que llegaron al poder.
Sus resultados siempre son malos, con evidentes saldos de corrupción y desprecio al orden legal. Un Trump y compañía no tienen buenas cuentas para entregar, ni en lo económico, ni en lo político y menos en el manejo de la pandemia; por ello necesitan de un discurso de encono y división de buenos contra malos, pues siempre contarán con feligreses que sigan su credo fielmente. Todo un cáncer.