El próximo domingo tenemos en nuestras manos seguir optando por la destrucción de todo a cambio de nada, o de cambiar el rumbo
Carlos Olguín
A menos de una semana de que se den los comicios electorales, debemos hacer como ciudadan@s una pausa y reflexionar sobre lo que ha sido nuestra historia como país, como sociedad, como personas y decidir si lo que hemos tenido en estos ya casi tres años nos convence o no, pero lo peor que podemos hacer es dejar de votar.
Durante mucho tiempo, me han y me he preguntado cómo hacer para cambiar este país, porque tenemos una realidad como la tenemos. En muchas ocasiones, la respuesta fácil es la corrupción; sin embargo, estoy convencido que la corrupción es solo un efecto y un síntoma de problemas mucho más profundos y graves como lo es la falta de educación. Eso tiene múltiples consecuencias: la impunidad, la violencia, la falta de oportunidades, las discriminaciones, etcétera.
Muy pocas personas dedicadas a la política, sin embargo, apuestan por la educación, porque la misma es de largo plazo y no de resultados tangibles como una obra, aunque la obra no sirva de nada como Santa Lucía, Dos Bocas o el Tren Maya, pero es lo que los y las gobernantes prefieren dejar como legado, porque eso gana votos. Los programas sociales ganan votos. La educación no gana votos, pero transforma futuros.
Históricamente, las concentraciones de poder nunca han resultado bien. Desde Roma, entendieron que el poder en una sola persona es muy peligroso; por eso, instituyeron el Senado como un contrapeso del emperador y eso les permitió ser lo que fueron. Montesquieu, por otra parte, al escribir ‘El espíritu de las leyes’ en siglo XVIII, propuso como sistema de gobierno un poder dividido en tres: un poder que hiciera las leyes (legislativo), otro que las interpretara (judicial), y finalmente uno más que ejecutara las determinaciones (Ejecutivo). Ese fue el modelo que adoptaron la inmensa mayoría de países a partir de entonces incluido México.
En el mundo ha habido una corriente de populismo, de personas que hablan como las mayorías, que se identifican con el ‘pueblo’, aunque vivan como ricos en palacios, se atiendan en hospitales privados, usen seguridad privada, etcétera. Eso no ha terminado bien en prácticamente ningún país: Honduras, Bolivia, Cuba, Venezuela. El próximo domingo tenemos en nuestras manos seguir optando por la destrucción de todo a cambio de nada, o de cambiar el rumbo. Nuestra democracia está maltrecha en crisis, en terapia intensiva, pero aún viva, y está en nuestras manos que eso siga así o que no volvamos a tener la oportunidad de decidir.