Del santo Evangelio según san Lucas: 21, 25-28. 34-36
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrel1as. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas
Que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación.
Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.
Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
REFLEXIÓN
La esperanza
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
En este primer domingo de Adviento, que además es el primer día del calendario de la Iglesia, la existencia del cristiano se coloca bajo el signo de la espera. Espera de un doble evento, de una doble venida de Cristo: en la carne (Navidad) y en la gloria (juicio final). Ambos acontecimientos se viven en una dimensión de esperanza.
El Evangelio, tomado de Lucas, nos proyecta hacia el final de los tiempos. También aquí, los acontecimientos espectaculares no son más que el marco. El centro de la escena está ocupado por el Hijo del hombre. Hacia Él se orienta nuestra mirada.
“Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”. El cristiano auténtico no pierde la cabeza. Al contrario, está autorizado a levantar la cabeza. Para él eso no es el fin del mundo, sino que es la liberación.
Pero esta actitud de espera confiada no se improvisa. Para que aquel día no se nos eche encima de repente, y no nos caiga como un lazo, es necesario vivir cada día en la espera vigilante, lúcida, consciente. Se trata de impedir que los corazones se emboten “con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”. En una palabra, comprometidos en la vida de este mundo, pero sin perder el sentido de la orientación final.
El pensamiento del último día no debe impedir vivir, ni tampoco puede aguar el gozo de vivir. Espera vigilante no significa fuga de la existencia cotidiana. Significa, simplemente atención para no dejarse pillar desprevenidos o distraídos. “Estad siempre despiertos…”.
En la segunda Lectura (1Tesalonicenses 3, 12-4, 2), Pablo dirigiéndose a los cristianos de Tesalónica, une la esperanza con el amor. “Hermanos, que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos… para que os presentéis santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre”.
Así, la santidad para el cristiano consiste en la realización de un programa de amor. Por medio del amor al prójimo, llenamos de la presencia del Señor el intervalo entre las dos venidas de Cristo. Entre la encarnación y la venida final de Jesús, corre el tiempo de la Iglesia. Éste no es el tiempo de la ausencia. El cristiano, viviendo la dinámica del amor, hace presente, visible, palpable, aquí y ahora, a su Señor.
Cristo nos pide una esperanza purificada, orientada y creadora de amor. No se puede decir, entonces, que nuestra espera sea una espera vacía. Al contrario, es una espera en la que tenemos mucho que hacer. De un Dios justo, que mantiene las promesas, se deriva para el cristiano el deber de la esperanza.
Queridos hermanos, pidámosle, por eso, en esta Eucaristía de Adviento a Jesús, que nos regale una actitud de espera activa, una esperanza firme en su venida en Navidad y al final de los tiempos.
MT