Lucas: 4,21-30
En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”.
Jesús les dijo: “Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. y añadió: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra.
Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.
Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
REFLEXIÓN
Los suyos no lo reconocieron
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Evangelio: Jesús proclama su misión en Nazaret. Me imagino que Jesús se encamina hacia su ciudad natal con muchas esperanzas. Vuelve a ver el paisaje de su niñez. Los caminos por donde jugaba con sus compañeros. El taller de su padre. Probablemente seguía viviendo allí su Madre.
Y en aquel ambiente de intimidad la revelación que no deja duda sobre la misión y la conciencia de misión del Señor: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Se trata de uno de esos raros momentos en los que Jesús, con la mayor naturalidad, revela su propia identidad.
Pero los habitantes de Nazaret no están dispuestos a reconocerlo como su Mesías y Salvador. Creen conocerlo demasiado bien.
- La primera reacción de ellos es la de una admiración general: “se admiraban de las palabras que salían de sus labios”.
- Pero después cambian su actitud, desconfiando de Él y escandalizándose por su causa: “¿No es éste el hijo de José?” ¿No lo conocemos a él y a todos los suyos?
- Al final hay una verdadera explosión de furor popular: “Levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte, para despeñarlo”.
Ante estos hechos nos preguntamos: ¿Por qué los compueblanos de Jesús no lo han reconocido? Es porque lo conocen demasiado bien. Saben quién es: un hombre justo, pero modesto, en nada extraordinario. Uno de tantos. Uno como ellos.
Lo han visto jugar en la plaza. Lo recuerdan trabajando como carpintero. Trabajaba como todos. Sudaba como todos.
¿Qué es lo que pretende ahora? ¿Ser el Mesías? ¡Imposible! No es más que el carpintero, el hijo de José y de María.
Se habían construido su propia imagen del Mesías: Tenía que ser el excepcional, el grandioso. No se lo podían imaginar bajo apariencias sencillas, comunes, cotidianas… Por eso lo quieren despeñar.
Frente a esta actitud negativa, surge la indignación contra los compueblanos de Jesús. Pero no tenemos derecho a ello. Porque nosotros somos tan culpables como los habitantes de Nazaret. También nosotros somos víctimas de la misma equivocación. También nosotros conocemos a Cristo. Pero somos incapaces de reconocerlo, en el hermano.
Nos construimos una imagen de Dios. Pero si Dios se nos presenta distinto a nuestra imagen, no lo conocemos ni lo acogemos.
- Buscamos a Dios por fuera, pero Él está presente en nuestra vida.
- Lo creemos a Dios lejano, pero resulta que está muy cerca, que pasa a nuestro lado.
- Nos lo imaginamos por las nubes, pero nos cruzamos con Él por las calles.
- Estamos siempre aguardando un milagro, algo extraordinario; pero Él se nos revela con un sencillo rostro de hombre.
Cuántas veces nos tropezamos con Cristo sin darnos cuenta. No lo reconocemos. Tiene una cara demasiada conocida:
La cara del pobre, niño, compañero de trabajo, marido, esposa, enfermo, preso, del que sufre…
Queridos hermanos, tomemos en serio la invitación que el Señor nos hace hoy: verlo a Él, reconocerlo a Él en cada hermano, sobre todo en los más sencillos, los más humildes, los más cercanos.
MT