Lucas: 24, 46-53
En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les vaya enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto”.
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.
Reflexión
Ascensión
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Con toda la Iglesia celebramos hoy la fiesta de la Ascensión del Señor. Pero no creo que este acontecimiento fue una fiesta para los apóstoles. Nadie se alegra de perder a su padre, a su madre o a un amigo. Y los apóstoles no gozaron con la desaparición de Jesús.
Sin embargo, existe una diferencia radical entre una desaparición y una partida. La partida da lugar a una ausencia. Pero la desaparición inaugura una presencia oculta. Por la Ascensión, Cristo se hace invisible, pero más que nunca está cerca de cada uno de nosotros: “Sabed que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). El Señor está con nosotros y ya no nos abandonará jamás. Pero, ¿cómo está Cristo con nosotros, en nuestra tierra?
La presencia más palpable de Cristo se da en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. El Señor actúa, por medio del sacerdote quien es su instrumento. En la confesión, Cristo perdona nuestros pecados, mediante la absolución del sacerdote. En la Eucaristía, Jesús se hace visible bajo las formas de pan y vino. Podemos verlo, adorarlo, hablarle y recibirlo como alimento en la comunión.
Otra presencia oculta del Señor se realiza en la comunidad cristiana. Lo prometió el mismo Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Él está presente en esta celebración eucarística, pero no sólo en pan y vino, sino también en esta comunidad que celebra sus misterios. Él está con cada grupo de oración, con cada familia que reza.
Una tercera presencia oculta de Cristo se da en el corazón humano. Porque el corazón del cristiano es un templo de Cristo. Junto con el Padre y el Espíritu, Él está siempre conmigo, es mi compañero invisible pero fiel.
Y esto significa que también está permanentemente con mis hermanos: también todos mis hermanos son santuarios vivos de Él. Y esto vale especialmente de los hermanos que sufren, de los más necesitados, de los más pequeños. Entonces tengo que tratarlos como al Señor mismo, con amor, respeto y cariño. Entonces tengo que ver a Cristo en cada uno de ellos, a pesar de todos sus defectos y faltas.
Hermanos, me parece que la Ascensión del Señor que celebramos hoy, nos quiere revelar algo más que su presencia invisible en medio de nosotros. Nos revela cómo se va a acabar nuestro destino, nuestra vida terrenal: nuestro final será una ascensión.
Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos reunidos aquí. Nuestra presencia aquí en esta misa dominical, no hace más que prefigurar, anunciar y preparar esa gran asamblea final en torno al Señor. Dentro de unos momentos, la vida nos dispersará; pero será solo algo transitorio, hasta que llegue la hora de nuestra ascensión final.
Porque todo lo que pasa abajo, todas las cosas de este mundo son pasajeras. Todas nuestras tristezas, todas nuestra alegrías, todas las cosas y todos los bienes de esta tierra son transitorios – no podremos llevarlos con nosotros. Sólo quieren señalarnos, quieren guiarnos hacia lo eterno y definitivo, hacia Dios que supera y sobrepasa todo lo terreno.