Mateo: 10, 26-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
Reflexión
Cristo vive entre nosotros
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
¿Estaba Cristo, como tantos gobernantes y políticos, estrellas de cine y de fútbol, preocupado por su popularidad? No, todo lo contrario. El Evangelio nos muestra a Jesús esquivando la admiración de quienes lo aclaman y quieren hacerlo rey.
Pero si le preocupaba el éxito de su misión: ¿comprenden los hombres a qué ha venido? ¿Entienden que no quiere ser un liberador político, sino liberarlos de las ataduras del pecado y del poder del demonio?
Por eso, la pregunta de Jesús sigue en pie. Resuena desde hace veintiún siglos en el corazón de cada hombre. Nadie puede soslayarla. Y la dirige hoy también a cada uno de nosotros: “Para ti ¿quien soy yo?” Y entonces espera nuestra respuesta.
Algunos confían tal vez en la respuesta de la historia. Pero Jesús no puede ser estudiado en un libro de historia. Tenemos que experimentar su presencia y su acción en nuestra vida personal y en la vida de su comunidad, que es la Iglesia.
Conocer a Cristo no puede limitarse tampoco a un conocimiento intelectual. “Solo se ve bien con el corazón”; nos diría el Principito.
Otros, igual que hace más de 2000 años, ven en Jesús a un gran hombre, un profeta, el profeta más grande. Piensan que es un hombre extraordinario que predicó y vivió el mensaje de amor más hermoso que la tierra haya presenciado. Y ven en Él el modelo de un auténtico humanismo, de un mundo de justicia y de paz – pero no descubren en Él al Dios lleno de amor.
Y estamos nosotros, los cristianos. Nosotros creemos en Él y ponemos nuestra confianza en Él. Porque es Él quien nos ha revelado el rostro amoroso del Padre. Y es Él quien ha venido a librarnos personal y colectivamente, quien murió y resucitó para que nos convirtamos en hombres nuevos en un mundo nuevo.
Sin embargo, aquí hemos de distinguir dos niveles de fe en Jesucristo: están los que creen en Jesús, Hijo de Dios, como hombre del pasado, y los otros que creen en Jesús, Hijo de Dios, pero como hombre del presente.
Si yo preguntara a un grupo de cristianos: ¿dónde está Jesucristo resucitado?, algunos me dirían: ¡está en el cielo! Otros me dirían: ¡Cristo está entre nosotros! En realidad, el Señor sigue viviendo en medio de nosotros: claro que ya no con una presencia física como cuando andaba por Palestina hace más de 2000 años; pero sí con una presencia real.
El mismo nos lo dijo: “Yo estaré siempre con Uds. todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Y también: “Cuando 2 o 3 se reúnen en mi nombre, yo estaré en medio de ellos” (Mt 18,20).
Y al hablar del juicio final dijo: “Cuando lo hicieron con uno de estos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 15.40). Por aquí pasa entonces la línea divisoria entre los cristianos que creen en un Cristo, hombre – del pasado, que ha dejado la tierra y ha subido al cielo – y los que creen en Cristo, hombre del presente, resucitado, pero viviendo hoy entre nosotros.
Los primeros insistirán en la presencia de Dios que está en el cielo y que está en el pasado. Las celebraciones religiosas son, para ellos, más bien manifestaciones del recuerdo: recuerdo de los acontecimientos históricos en la vida de Jesús.
Los segundos adoraran también al Padre que está en los cielos. Pero mirarán con la misma fe a la tierra para descubrir en ella a Jesucristo, el que está viviendo hoy en medio de ellos.