A don Andrés le había costado muchísimo llegar a ser gerente de la empresa y educar a sus tres hijos de su primer matrimonio. En cambio, a don Felipe todo le había sonreído, era rico, con casa propia y la empresa era suya por herencia. En un giro del destino, la empresa de don Enrique se había ido a la quiebra y, por la pérdida, se puso gravemente enfermo. Después de un tiempo irremediablemente murió, precisamente el día que otra familia celebraba una boda entre su hijo y la hija de los ahora dueños de la empresa del difunto. Aunque Andrés era primo de Felipe, desde hacía tiempo no se consideraba miembro de esa familia; él aseguraba que había creado la suya, heredera directa del verdadero patriarca de la familia y además aseguraba, primero en corto y de manera discreta, pero después de manera pública, que la mamá de don Enrique había sido una prostituta, por lo que no garantizaba que “ese señor” fuera el verdadero heredero de la familia.
Nada se suspendió el día de la boda. Hubo una llamada del hijo de don Enrique a don Andrés, para darle la noticia. Después de las condolencias de cajón, Andrés colgó, ni siquiera preguntó la dirección donde habría de ser velado; en la boda, tomó en algún momento el micrófono y lamentó el suceso, pero aseguró que quien sufrió más fue él, porque nunca nadie había sido más atacado ni criticado por haber hecho tanto por los trabajadores, por la base obrera, por la gente de limpieza y lamentó que sus logros siempre habían sido satanizados. Él era quien llevaba a la empresa familiar a la modernidad y había desterrado la corrupción. Don Felipe no tuvo logros; cualquier calamidad, era su culpa.
A don Andrés desde siempre le gusta ser el centro de la atención. Si hay un bautizo, él quiere ser el niño. Si es un cumpleaños, él quiere apagar las velas. En la boda de su hijo, él acaparó el discurso, no le importó que se enfriara la cena ni que los invitados se mojaran por la llovizna que caía; quería hablar, era importante decirles a sus familiares y amigos, ahora más que nunca, que él sí había triunfado donde su primo no. Había subido el sueldo a sus empleados, pero no había querido reportar ganancias, entonces no hubo reparto de utilidades. Desde siempre había un pequeño consultorio en la empresa que, ahora presumía, era gratuito, pero se les descontaba un porcentaje a los trabajadores por “prestaciones extraordinarias” y, como no dejaba pasar a los representantes de farmacéuticas, ya no había medicamentos gratuitos de emergencia, porque su primo había hecho negocios con estos.
La policía bancaria ya no vigilaba la empresa; ahora lo hacían unos guardias que eran de una empresa suya, pero estos se habían coludido con una banda de maleantes. Cuidaban ahora de la puerta hacia adentro. Extrañamente siempre eran asaltados los que pedían algún préstamo o cuando pagaban el aguinaldo. Se había cancelado un paradero cerca de la empresa, pero se construyó, a toda prisa, uno a la vuelta donde no pasaban micros ni taxis, pero Andrés aseguraba que ese era mejor porque estaba grande y había costado menos.
¿Por qué mentía? Se preguntaban los invitados a la fiesta, ¿por qué no reconocía que estaba destruyendo el legado del abuelo? ¿Por qué estaba intentando destruir el consejo de la empresa y ser el único que tome las decisiones? ¿Por qué no decía que con tratos oscuros había despojado a su primo de su empresa? ¿Por qué, después de cinco años de mal manejo administrativo, no reconocía que sus hijos se estaban enriqueciendo? ¿Por qué quiere, lo más rápido posible, nombrar un sucesor? ¿Estará muy enfermo? ¿Cuál es la verdad de su administración? ¿Habrá otro, familiar o trabajador independiente, más capacitado para administrar la empresa? ¿Se podrá unificar familia y trabajadores?