Ante algún peligro, nuestra primera reacción es correr; si no hay más remedio, pelear. Nuestra naturaleza es violenta por supervivencia. Hay muchas circunstancias que nos obligan a usar la violencia, pero contra quienes más la ejercemos son nuestros congéneres. A lo largo de nuestra evolución aprendimos a usar herramientas que pueden resolver las diferencias entre humanos, porque somos primeramente gregarios y porque la ventaja numérica ayuda a mejorar nuestra vida. Una de las herramientas más importantes sigue siendo el dialogo y derivada de ella, la capacidad de negociación.
Nuestra continua evolución la vemos no sólo en la capacidad de transporte, en los aparatos para comunicarnos y en la irrupción de la inteligencia artificial, sino también en las leyes. Los humanos hemos creado mecanismos para evitar que en lugar de ejercer la fuerza bruta se usen la inteligencia y el sentido común; creamos límites legales y morales para proteger a nuestros hijos y a las mujeres.
La violencia también ha encontrado formas de evolucionar. Ya no se usa sólo contra un peligro inminente, sino para hacer daño de manera sutil, sobre todo en contra de quien consideramos débil y vulnerable; en contra de las mujeres, se usa de todo tipo. Somos un país machista, inmerso en el patriarcado, admiramos la fuerza y tememos al grito. Muchos hombres consideran que está bien pegarles a sus mujeres, otros ejercen la violencia incluso sin darse cabal cuenta de ello. Eso parece suceder con el presidente, pues considera hombres a las mujeres y con eso cree practicar la igualdad; justifica entonces el abuso, porque entre hombres, la violencia está permitida.
Confieso que yo mismo he tenido confusión sobre la violencia política en razón de género, por eso agradezco la generosidad de Angélica De la Peña, quien ha sido muy pródiga en explicármelo. Ella misma ha creado y ayudado a la nación a entender la necesidad de más y mejores leyes, para fortalecer la igualdad entre hombres y mujeres, mismas que no se pensaba que fueran necesarias en nuestra Constitución hace un siglo. En 2006, ella y un grupo de legisladoras, iniciaron la creación de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.
Hace apenas 17 años, iniciamos una evolución política, moral e intelectual para que no se confunda la igualdad, para que hombres como el presidente no se pregunten: ¿o el género es sólo femenino? De la Peña es categórica: “El presidente es un mañoso que tergiversa. Para empezar, no son iguales los hombres y las mujeres; en su caso, además, el señor es presidente de un país, es la figura más importante y poderosa de México. Francamente me parece un tramposo, lo que hace es estar minimizando y burlando, los hombres sí reciben mucha violencia, pero no los asesinan por ser hombres, sino por muchas otras circunstancias; en el caso de las mujeres, sí las matan por ser mujeres”.
La violencia de mexicanos contra mexicanas nos niega la posibilidad de una verdadera evolución. ¿Por qué tenemos que proteger a nuestra contraparte de género? ¿Cuándo seremos una sociedad igualitaria sin tener que recordarnos que es necesario serla? ¿Por qué nos permitimos a nosotros lastimar, golpear, acuchillar, disparar a una mujer? ¿Por qué nos permitimos ofender a una mujer por cualquier defecto: si es gorda, si es flaca, si la consideramos fea, tonta, loca, distraída…?
En la misma medida en que se sigan creando leyes para proteger a las mujeres, sabremos qué tan lejos estamos de una evolución a la mexicana, no sólo libre de violencia, sino más cerca de la universalidad.