Mateo: 21, 28-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”. Ellos le respondieron: “El segundo”.
Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.
Reflexión
Filialidad
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
En el Evangelio de hoy, en la parábola de los dos hijos, Jesús exige esta actitud suya también de nosotros: que no solo digamos que sí sino que – sobre todo – hagamos la voluntad del Padre. La verdadera grandeza del hombre está en entregarse, en cada momento, como Cristo a la voluntad del Padre.
Es la actitud característica del niño ante el Padre. Nuestra verdadera santidad consiste, por eso, en entregamos filialmente a Dios-Padre, tal como lo hizo Jesús. Seremos tanto más perfectos y grandes, cuanto más imitemos ese saberse y sentirse niño de Cristo (hijo, de Jesús).
Y lo mismo si miramos a dos grandes santos de todos los tiempos: Santa Teresita y San Francisco de Asís. Y si nos preguntamos, por qué son santos tan grandes y tan amables, la respuesta no es muy difícil: Es porque eran perfectamente niños ante Dios. Los dos vivían, en su tiempo, ejemplarmente la actitud de la filialidad, sencillez, espontaneidad en su relación con Dios-Padre. Y así nos muestran también a nosotros el camino más rápido y más eficaz para conseguir nuestra perfección cristiana.
Pero el hombre moderno está enfermo: Él no quiere ser hijo de Dios, más bien quiere sacar a Dios de su trono para ocuparlo él. Uno de los grandes educadores suizos, Enrique Pestalozzi opina que la calamidad más grande de la humanidad actual es la pérdida del sentido filial. Porque Dios puede desplegar su paternidad solo cuando el hombre es niño, cuando se abre filialmente ante Él.
Lo que nos fascina en el niño es, especialmente, su simplicidad y su sencillez. También nuestra filialidad es perfecta sencillez. Significa ser grande y fuerte en la vida exterior, pero en la vida espiritual ser ingenuo, franco, espontáneo. Significa ser auténticos hombres y mujeres en el mundo, para ser niños ante Dios. Cuando el hombre vuelve a ser niño ante Dios, cae todo lo superfluo, todo lo accesorio, todo lo artificial.
La filialidad da una idea de la simplicidad y sencillez de Dios. Porque Dios es la persona más simple, más sencilla que existe. Entonces, cuanto más lleguemos a ser como los niños, tanto más lograremos asemejarnos a Dios.
El Padre José Kentenich, Fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, quien ha vivido ejemplarmente la filialidad ante Dios y la paternidad ante muchos, nos dice: Si soy un hombre filial, no me preocupo innecesariamente. Dios ha preparado y previsto el plan de mi vida, y ya lo está realizando. Lo que me toca en cada momento, está determinado o permitido por Él. Yo sé, por eso, que lo que el Padre me manda, es siempre lo mejor para mí. Y esto me basta.
MT