Marcos: 1,14-20
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”.
Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
Reflexión
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
El evangelio del domingo pasado nos enfrentó ya con una exigencia fundamental de nuestra fe: el seguimiento de Cristo.
El Evangelio de hoy nos presenta la vocación de los primeros cuatro apóstoles. Resulta, para nosotros, una llamada a reflexionar sobre nuestra propia vocación a la imitación de Cristo.
La vocación de los apóstoles, que acabamos de oír, nos muestra tres elementos. Primero, la llamada por Jesús: “Venid conmigo”. Después, la respuesta de los llamados: “(…) inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Por último, la misión para la que son llamados: “(…) yo os haré pescadores de hombres”.
Los discípulos de los rabinos los eligen ellos mismos, a su rabí o maestro. Los discípulos de Jesús, en cambio, no eligen, sino que son elegidos. Toda vocación es iniciativa de Dios, es elección por gracia, porque Dios elige a los que Él quiere.
Pero esta llamada personal no se dirige solo al grupo de los doce apóstoles o al círculo más amplio de los primeros discípulos de Cristo. Se dirige también a cada ser humano, sea hombre o mujer, sacerdote o laico, contemporáneo de Jesús o posterior a Él. Se dirige a cada uno de nosotros.
En nuestro bautismo fuimos llamados, por primera vez, a la imitación de Cristo y, desde entonces, Dios repitió y renovó esta vocación muchas veces y de muchas maneras. En esta Eucaristía, por medio de este Evangelio de hoy, Dios vuelve a dirigir su llamada a cada uno de nosotros.
Dios espera una respuesta libre a su llamada: un compromiso de corazón y de toda la vida.
También, de cada uno de nosotros, Dios espera una respuesta adecuada. ¿Estamos nosotros siempre abiertos y atentos para sus llamamientos, para sus inspiraciones y exigencias?
Cada día, de nuevo, tenemos que dar nuestra respuesta a la llamada de Dios, aun cuando no la entendamos, aun cuando nos cueste aceptarla y lo que más nos cuesta aceptar en nuestra vida son el sufrimiento y la cruz. Sin embargo, es Dios mismo el que manda o lo permite.
Por eso, si nuestro seguimiento de Cristo es auténtico o no, se decide en la aceptación de nuestra cruz. Si rehusamos nuestra respuesta a esta llamada personal de Dios, no se puede lograr nuestra vida cristiana.
Si Dios llama, es para confiar una misión. Toda vocación lleva inherente una misión. Así, los cuatro apóstoles, en el Evangelio de hoy, son llamados para ser pescadores de hombres. También cada uno de nosotros, sacerdote y laico, es llamado por Dios para una misión personal, esta se distingue de la de los demás según profesión y responsabilidad, carácter y talento, inclinaciones y posibilidades de cada uno. En los planes de Dios para este mundo, cada hombre tiene su valor y significado y forma parte irremplazable del todo.
¿Quién de nosotros reflexionó ya, alguna vez, sobre la idea particular que Dios tiene de él, sobre la misión personal…?
Para vivir fielmente nuestra vocación propia a la imitación de Cristo, hay que tomar el molde siempre nuevamente en Cristo. Así, en las cuestiones y situaciones de nuestra vida, nos ponemos ante el Maestro y nos preguntamos: qué hizo Él y qué haría en una situación semejante o miremos a la Santísima Virgen, que es la imagen ideal en la imitación de Cristo, sobre todo para la mujer, o tomemos por modelo a los santos que realizaron la vida de Cristo en su tiempo.
Queridos hermanos, animados por su ejemplo y acompañados por su intercesión, encaminémonos, hoy, de nuevo, en la imitación del Señor, hacia el encuentro final en la casa del Padre con el Dios Trino, con María, con los Santos y con todos nuestros seres queridos difuntos.
MT