Es difícil que el color se deje atrapar, por su carácter esquivo, cambiante y ubicuo. Son variados los casos en que se ha intentado someterlo. Recordemos a Yves Klein, quien después de numerosos experimentos, encontró el aglutinante que mantendría, en lo posible, la intensidad cromática original, patentando así el ‘International Klein Blue’. Y a Anish Kapoor, quien compró los derechos del ‘negro más negro’, llamado ‘Vantablack’, capaz de absorber el 99.96% de luz visible, convirtiéndose en el único en el mundo que puede utilizarlo con fines artísticos. O bien a Stuart Semple, quien como revancha registró el ‘rosa más rosa’, el cual está disponible para todos, excepto para Kapoor. También, tener presente los códigos de la marca ‘Pantone’, que tienen como finalidad estandarizar el color y buscan un mayor control y precisión en su aplicación, por citar algunos ejemplos.
Además, son numerosos los estudios orientados a comprender la naturaleza de los colores y el impacto que tienen en la percepción. Goethe fue uno de los primeros en dotarlos de un significado subjetivo, escribió ‘Teoría de los colores’ –que sentó las bases de la psicología del color–, que se contraponía a las teorías de la luz y la óptica de Newton, pero que fue retomada por Schiller, Schopenhauer, Wittgenstein, Heisenberg, Turner y Kandinsky, entre otros.
No obstante, el color, al apreciarse a través del sistema visual gracias a la luz que reflejan los objetos, es de lo más variable; es decir, nadie percibe el color de la misma manera. Y si sumamos que el color atraviesa por diferentes culturas, su interpretación siempre será relativa y transitoria.
En la exposición ‘Rojo mexicano’, que se presenta en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, se puede observar cómo, en diferentes épocas, el color es vulnerable a cuestiones mercantiles, de poder o moda; pero, también, permite exponerse a esa fuerza arrebatadora y soberana que lo hace inasible. En este sentido, como decía Van Gogh: ‘Carmín es el rojo del vino, con la vivaz calidez del vino’.