Decíamos que en la formación universitaria la educación ético-ciudadana debe sostener sus requerimientos pedagógicos cifrados en retos y competencias, en una apropiada consideración de la relación teoría-práctica. Las ideas contienen la posibilidad, en tanto marcos teóricos pertinentes, de echar luz sobre aspectos de la realidad que requieren atención, intervención y mejora. El espacio público es expresión de condiciones muy particulares que expresan un sin número de aspectos de una comunidad. Los sujetos son los que hacen el espacio que, por decirlo así, les pertenece. Si las buenas intenciones, las intenciones de ayuda, se pueden llegar a agradecer, como normalmente ocurre, es imprescindible un acercamiento basado en el respeto, la escucha atenta, núcleo ético esencial del diálogo. ¿Qué legitima a un grupo de estudiantes universitarios en sus tareas de desarrollo de la ética y ciudadanía, ir a un lugar, a un espacio público y proponer una serie de mejoras al mismo? Las ideas, las teorías pueden expresar ese anhelo de cambio: dignidad humana, solidaridad, justicia social, derechos humanos. La ética y la política, desde Aristóteles, se han esforzado por aclarar la relación entre las personas y la sociedad, en el ánimo de encontrar las condiciones materiales para el desarrollo pleno de todos y cada uno en la comunidad, en la sociedad que les ha tocado vivir. La ética y la política, desde Kant, se han esforzado por comprender y dar cauce a los derechos humanos: su universalidad y cuidado particulares son asunto del Estado. La ciudadanía ética exige, promueve, cuida estos derechos. Estas son las principales ideas que pueden legitimar, digamos, el anhelo de mejora, de intervención. Pero es el permiso que otorga el otro lo que en la realidad abre las puertas a esa participación solidaria. Un gran aprendizaje ético éste de tender puentes, de humanizar, no sólo los espacios públicos, sino el tejido social y las relaciones entre comunidades diversas.