Roberto Mendoza
Desde hace tres años, el presidente propuso tanto a España como al Vaticano que hubiera una ceremonia donde se pidiera perdón por los actos cometidos hace siglos, ante la negativa de ambas naciones de iniciar un supuesto proceso de reconciliación, que ya está totalmente superado porque, al menos, con la nación ibérica tenemos vínculos, historias conjuntas y lazos familiares imborrables. Este Gobierno no pudo superar la negativa y ahora asegura que todo lo pasado es un rotundo fracaso.
En una muestra de profunda necedad y ego exacerbado, el pasado viernes el presidente ofreció disculpas a los indígenas y acusó a los españoles de tener como única motivación el afán de riqueza, de traer muerte, enfermedad y destrucción. Muy lejos ha quedado el discurso de otros gobiernos del ‘encuentro de dos mundos’, del llamado a la unidad entre España y México. Con el discurso del presidente queda claro que hay un rompimiento y una ‘resistencia indígena’, es decir, una fuerza que se opone a 500 años de historia conjunta.
Quedó muy claro que casi todo lo que pasó en la Conquista fue malo y sus consecuencias quedaron 300 años después. ¿Para qué reinterpretar la historia y centrarse en solo lo malo? ¿Cuál es la idea del Gobierno en esta narrativa? ¿Para qué tratar de exacerbar el rencor? ¿Acaso pretende distraernos de una serie de crisis que nos afectan en el presente? ¿Cree que mirando al pasado olvidaremos de alguna manera la perspectiva del futuro que nos está dejando?
Unos 18 años tardó Andrés Manuel en llegar a ser presidente. Traía consigo una mudanza de transformaciones, esperanzas y nuevos rumbos, pero como él mismo dijo el viernes en su discurso: las malas noticias no llegan solas; desde los primeros momentos de su presidencia, dio un golpe de mano y rompió la mesa con todo y con todos. Luego vino la pandemia y con ella la crisis económica. Además, se ha ido agudizando día a día la inseguridad y la violencia. Tampoco ha podido con el sueño de erradicar la corrupción ni ha conseguido un país con una salud universal y gratuita.
Su presidencia es un constante enfrentamiento, un llamado a separar a los que están con su visión de un ideal y los que nacimos años después que él y las otras generaciones que siguen viniendo y no lo entienden ni comparten sus ideales perdidos en las utopías sesenteras, llenas de poesía cantada en trova que se oyen bonitas, pero que, en la práctica, en un mundo que tuvo su evolución a otra realidad diferente, no funcionan.
El pasado, en muchos casos como el de la Conquista, tiene sus partes tristes y censurables, pero ya fue. Nada se puede hacer por los millones de indígenas que murieron y por la riqueza que nos robaron. Sin embargo, todo se puede hacer por los mexicanos que hoy estamos, todavía vivos, que luchamos a diario por nuestros hijos, que trabajamos por nosotros y por un mejor México.
Este Gobierno no quiere una gran unidad, que cree que vive una cruzada de un solo hombre, que no necesita ayuda, que con su voluntad nos arrastrará a todos de una forma u otra a su limitada utopía, que la historia le dará la razón. Pero no, AMLO será recordado como un loco, como un necio. Mientras, tomemos el destino de México en nuestras manos y le demos una lección al Gobierno con unidad, con fuerza, vamos juntos a construir, para nuestros hijos, el futuro que mejor podamos. No tenemos el mejor Gobierno, pero sí los mejores ciudadanos. Parece que estamos solos, pero no; nos tenemos a nosotros.