El que una persona se quite la vida, consciente de ello, por voluntad propia y sabedora de que la conducta a realizar provocará el dejar de vivir, sigue siendo un misterio para los especialistas en la salud mental. Los familiares y amigos de una persona que se suicida se hacen la misma pregunta: ¿por qué lo hizo?
En un primer momento habría que replantear el cuestionamiento y crear dos preguntas: ¿por qué ya no quiso seguir viviendo? y ¿por qué quiso morirse?. A lo que daría lugar, no a una respuesta sino a muchas de ellas. Entonces, ¿qué circunstancias tendría una persona suicida para alejarse del vivir y encontrar en la muerte la razón de su existencia? Es una u otra o ambas. La filosofía, la religión, la psicología y las neurociencias podrían darnos la pauta para entender estos cuestionamientos.
Las religiones nos preparan para el morir, ofreciéndonos otra forma de vida en otras dimensiones, claro, en lo espiritual. La duda a ello nos hace tenerle miedo a los muertos, más que a la muerte misma, porque les seguimos dando una forma de existencia en nosotros (recordarlos) y procuramos, tradicionalmente, mantenerlos ‘contentos’ con la esperanza de que nos volvamos a encontrar. La muerte es nuestra eterna compañera y debemos considerarla como real y natural en nuestra ruta de vida. Querer considerar a la muerte como nada o impensable a nuestra existencia, nos llevaría inevitablemente a dilemas y razonamientos filosóficos pero a no encontrar las respuestas que buscamos.
Una persona con conducta suicida pasa por una situación emocional y afectiva muchas veces insoportable, que no ha podido contener ni entender convenientemente y que la excluye de un escenario de vida satisfactorio. Muchas veces, en la exclusión, mal razonada, han participado otras personas que han mostrado el desamor, el rencor, la negación o el abandono de un vínculo afectivo. Aparece una tercera pregunta: ¿para qué lo hizo? Respuesta que seguramente está ubicada en otras personas, no en el suicida, aunque éstas no se dan cuenta de ello pero que han ubicado al suicida en ese estado de desesperación (oculto o manifiesto) y a su consecuente escape.
Nada es impulsivo (aún lo creo así) y nada justifica un suicidio; sin embargo, las ideas de vivir en el abandono, en el dolor o en una culpa, generan la incapacidad de verse en esa situación atormentada o incapaz de aceptar y superarla como lo que fue: un error en la vida. La fantasía de “vivir mejor en otra vida” tiene un cómplice: el deseo de morir, inherente al ser humano, para alcanzar el objetivo final que a todos ha de llegar.
Ya han pasado muchos años que me dedico a la atención de personas con conducta suicida y a sus familiares en duelo, a la enseñanza y prevención de ésta conducta vía cursos, conferencias y ediciones. Me doy cuenta lo difícil que ha sido, sobre todo por el miedo y tabú que representa el solo pronunciar ésta palabra y por el desinterés de muchas personas para ser atendidas por éste motivo. Por ello, he decidido dejar el tema y enfocarme a otras problemáticas en salud mental, no menos importantes ni dolorosas, pero tiene que ver con personas que se enfrentan a la muerte con el firme propósito de tener un final de vida lo menos doloroso posible. Me refiero a los Cuidados Paliativos en enfermedades crónicas y terminales. Pronto hablaré de esos temas. Por lo pronto, agradezco a mis lectores el permitirme llegar al Saberear número cincuenta. Ustedes son mi motivación. Gracias!
Por: Juan Carlos García Ramos
Psicólogo Clínico
Blog: www.psicologogarciaramos.bligoo.com.mx