Cuando una persona desaparece, aparecen múltiples sentimientos en sus familiares y amigos. El sufrimiento emocional es acompañado de temores, anhelos, incertidumbre, tristeza y enojo. La impotencia por las limitaciones económicas y el clamor de ayuda que no parece llegar se entrelaza con la oportunidad que parece tener el raptor, secuestrador o la misma persona desaparecida. Se trata de situaciones de vida o muerte, de urgente verdad por saber qué ha pasado, en dónde está y por qué no regresa.
Hablamos de pérdidas. Son muchas las pérdidas que ocurren a lo largo de nuestra vida: personas, aspectos de sí mismo, del cuerpo, objetos, animales, empleo, materiales, ideales, intereses, etcétera. Todas ellas tienen su duelo y tienen que ser elaborados como parte de un proceso de adaptación a la realidad y crecimiento psicológico. La desaparición de una persona no da la certidumbre de que ha muerto, pues no existe un cadáver que se pueda identificar y no hay una realidad evidente de muerte para uno mismo (deseo que aparece en el trámite del duelo). Éste desprendimiento familiar nos hace pensar, sentir, actuar y creer de manera diferente a como lo hacemos cotidianamente.
Carla y Carlo son una chica de 15 años y un varón de 27 años que salieron de su casa, un día por la mañana, no regresando más. El padre de Carla se encuentra muy afligido y ha decidido salir a la calle a buscarla. Cree que puede estar con un novio que tiene en la secundaria, pero él mismo no aparece por su casa también. Ya es la segunda vez que desaparece. Las autoridades no parecen hacer su trabajo y un par de investigadores les ha pedido dinero para ‘agilizar la averiguación’. El padre de Carlo ha estado delicado de salud, se le ha ‘subido la azúcar’, no tiene forma de buscar a su hijo porque casi ya no ve. Pregunta a sus hijas si ya regresó o en dónde puede estar. Ellas, se muestran irritables y no saben cómo atender las necesidades del padre.
Con el tiempo, la nostalgia es un escenario al que entran los familiares buscadores de personas desaparecidas. El llanto constante, los sentimientos de culpa, somatizaciones y alteraciones del sueño y del estado de ánimo parecen ser un obstáculo en su diario quehacer. La organización interna de ideas y emociones deberán resolver el conflicto emocional por el que se fue y por el que se queda. Sin embargo, el dolor y las ideas por el que no está se perpetúan como única posibilidad para sostener el vínculo afectivo y no reconocer que el desaparecido ya no está con el doliente y que no puede ser olvidado. La persona desaparecida vendrá a ocupar un lugar especial en la vida del que se duele, alcanzando un equilibrio y disminuyendo la ambivalencia emocional.
El padre de Carla ha notificado a la policía en dónde y con quién se encuentra su hija. Solo es cuestión de horas para tenerla en su casa nuevamente. Sin embargo, los policías le confrontan argumentando que no es la primera vez que huye de casa por su propia voluntad y que no pueden hacer nada. Carla le llama, diciéndole que volvería a escapar, que ella quiere hacer su vida con ese hombre. Las hermanas de Carlo discuten entre ellas para tomar la decisión de cómo decirle al padre que su hijo anda por ahí, está bien, que trabaja lejos, pero que no quiere saber nada de él, que está resentido por los malos tratos que le ha dado.
Carla y Carlo no se conocen entre ellos, pero son desaparecidos que han querido encontrar su forma de encontrarse en la vida.
Por: Juan Carlos García Ramos, Psicólogo Clínico
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