En la campaña electoral española en vista a los comicios del próximo 20 de diciembre, uno de los temas candentes es la reforma a la Constitución española de 1978. Podemos, Ciudadanos, y el PSOE han planteado cambios de diversa profundidad a la carta democrática, mientras el PP muy reticentemente acepta la posibilidad de su discusión.
Podemos, el partido emergente de izquierda que lidera Pablo Iglesias, ha lanzado una campaña muy interesante, en la que justifica la necesidad de reformar la Constitución no por defectos de la misma, sino por el mal uso que de ella ha hecho una clase política que señala corrupta, carente del deseo y la capacidad de responder a las necesidad actuales de la sociedad ibérica.
Es una forma interesante de plantear la reforma. Evaden criticar de forma directa a una carta de fuerte contenido simbólico, dado que surgió de la transición española, y por tanto, se considera el documento madre de la democracia; por tanto, plantear de frente su desfase concitaría la mala sangre de quienes la ven como un texto casi sagrado. En cambio, centrar la discusión en que “los políticos no han estado a la altura de sus mandatos” traslada la crítica a las personas, dejando incólume el documento símbolo. Incluso lanzaron el ‘hashtag’ #Gracias1978Hola2016.
Claro, tal acercamiento puede (y debe) ser criticado, pero me interesa resaltar dos aspectos. El primero, que además (y antes) de discutir el contenido específico de una reforma, se plantean las razones que justifican el cambio, de esta forma la discusión es más de fondo, permitiendo un diálogo sobre la justificación expuesta, para rebatirla o confirmarla. En este caso, por ejemplo, ¿realmente las generaciones de políticos que han regido en España han sido infieles a la Constitución o ineficientes en su cumplimiento? ¿Es adecuado basar la idea de cambio en la errónea aplicación de la norma, en lugar de en la adecuación o no de sus principios a la actualidad?
El segundo aspecto es la ilusión que genera. Un cambio político tan evidente como la reforma constitucional en un momento de crisis política debe emocionar a los ciudadanos, máxime si será aprobada o rechazada por ellos en referéndum; así, al plantear el cambio del texto en una idea de continuidad y perfeccionamiento democrático, se transmite cierto sentido de logro colectivo, de “tenemos en nuestras manos la posibilidad de redefinir al Estado y la política”. En momento de pesadumbre, devolver la ilusión en la política, entendida como la discusión pública de los asuntos de gobierno, es una gran labor cívica.
Ya lo planteaba Jefferson, ¿las generaciones pasadas pueden atar a las futuras?
Por: Luis Octavio Vado Grajales
Blog: elconstitucionalista.blogspot.mx