Las niñas y los niños deberían ser los más felices del mundo. Ellos no pagan impuestos y tienen muchas fechas al año que celebrar: el Día de la Niña y del Niño, el Día de la Primavera, el Día de su Cumpleaños, de su santo, el final de cursos escolares, cuando visitan al dentista, la Navidad y por supuesto, los Santos Reyes. Todo es alegría y diversión, pero sobre todo, nada comparable con el recibir un montón de regalos. Hay investigaciones que refieren que el estado de satisfacción en una persona es más duradero si recibe un regalo material (quizás mientras más caro mejor), el cual llega a durar un promedio de tres semanas a tres meses. Otras investigaciones refieren que lo más satisfactorio es recibir ternura, cariño, amor, reconocimiento, cualquier regalo con el adecuado y sincero afecto. Será un éxito si el regalo que se entrega es lo que la niña o el niño desean y esperan recibir.
En nuestra cultura mexicana, la figura del padre ausente parece ser bastante normal. El padre presente en la familia, pero ausente la mayor parte del día por cuestiones de trabajo, estructuró muchas personalidades bajo la premisa de que atender las necesidades materiales y alimentarias en la familia es una gran muestra de amor y responsabilidad. Muchos autores han cuestionado ese escenario, argumentando que la carencia afectiva en las niñas y en los niños generaba enormes dificultades afectivas y de comunicación con los padres, llevándolos a problematizar las relaciones con la autoridad, el cumplimiento de normas sociales y comportarse con indisciplina y deshonestidad.
Independientemente del tipo de rol de padre que se tenga en casa, las niñas y los niños habrán de interiorizar una figura paterna de acuerdo a sus necesidades psicológicas, ya sea para generar amorosidad, madurez, dependencia, culpa o agresividad.
Imaginemos la gran cantidad de niñas y niños que carecen de esa persona que ayuda a desarrollar la capacidad de justicia, seguridad, protección, confianza y tolerancia. ¿Quiénes son? Pues las niñas y los niños que han perdido a un padre que fallece por una enfermedad, en un accidente; que ha sido víctima de un acto delictivo o a manos del crimen organizado; que salió de casa para migrar y no ha regresado; que tiene la prohibición legal de no acercarse a su hogar o que, simplemente, se fue y ya no quiere saber nada de ellos.
Enero es el peor mes para celebrar el día de reyes. No solo por la cuesta económica a la que se enfrentan muchos hogares queretanos, sino porque es el recomienzo de las problemáticas familiares que diciembre amortiguó. Muchos padres no quieren saber nada de su pareja y sacrifican, en el abandono, a sus hijos.
Por eso, el día de hoy, muchas niñas y niños no recibirán lo que verdaderamente quieren: la presencia amorosa del Rey Mago ausente. Pero quizás reciban muchos regalos de familiares, del voluntariado, de las autoridades y de una que otra persona altruista, confirmando que lo que más gratifica es el regalo material.
Juan Carlos García Ramos
Psicólogo clínico
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