Algunos políticos se dan a la tarea de escribir sus memorias. Destaca desde luego entre los nuestros José Vasconcelos, con “Ulises criollo” y los otros textos que le siguieron; Obregón, Emilio Portes Gil y José López Portillo también usaron la pluma para recordar sus andanzas. En lo internacional, hay un personaje que destaca: José Fouché, duque de Otranto (no confundir con el cronista de sociales que a mediados del siglo pasado usaba el mismo título de nobleza como nombre de pluma).
Su libro, denominado “Memorias” es escrito por un político cuya vida, más que su obra, han superado la prueba del tiempo. Lo mismo revolucionario radical que ministro de Napoléon o de la Restauración. Encargado de la policía política o del gobierno de ciudades conquistadas. Maniobrero consumado.
El texto, escrito en la primera persona que se agradece a quienes redactan sus propios recuerdos, tiene un estilo ágil, el autor sabe mantener el interés y la extensión del texto no se siente. Lo mismo la anécdota que la descripción de personajes, y de entre todos, uno de los más importantes de la historia moderna: el corso que dominó Europa. Cierto, hay un tufo autojustificatorio, propio de toda autobiografía, pero Fouché tiene la ¿sinceridad? ¿vergüenza? de hablarnos sobre sus intenciones políticas, descubriendo sus tretas y enjuagues.
¿Qué visión tiene el autor del derecho? Ante todo, debemos entender que es un político en situaciones extraordinarias como guerras, imperios, revoluciones, y que se guía por dos objetivos: la propia supervivencia y el mantenerse como actor principal de los hechos, con éxito absoluto en ambos. Así, en el texto reivindica, tal vez sólo en la palabra, los valores de la Revolución francesa, y la necesidad de respetar las normas así sea formalmente; sin embargo, deja entrever que en otras ocasiones decide el autor no cumplirlas, cuando a su parecer así lo requiere la razón de estado. Cuestiona el incumplimiento de los tratados, no tanto por cuestiones éticas, sino porque hace poco confiable en el concierto internacional a quien así procede.
Lectura muy interesante, amena. Conocer de primera mano a una personalidad camaleónica, un hombre pleno de recursos que no sólo conserva la cabeza cuando lo más fácil es perderla, sino que además se las arregla para servir a la Revolución, a Napoleón y a los Borbones; por su conocimiento de los secretos del sistema y su uso brillante de los mismos, es una especie de Francis Urquhart o Frank Underwood del pasado. Pero con una pequeña diferencia: Fouché existió.
Por: Luis Octavio Vado Grajales
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