El 30 de abril se celebra en México el Día del Niño (y la Niña).Sin distingo, autoridades políticas, educativas y sociales, padres, amigos, todos llenan de regalos y festejos a lo “más preciado” del País que son nuestros niños mexicanos .Al menos, ese día casi todo el 28 por ciento de la población menor de 15 años, se visibiliza.
Nadie, en su sano juicio, puede negar que este grupo poblacional, requiere crecer sano, asistir a la escuela y tener seguridad; es decir, disfrutar de una vida plena. En México, los niños y las niñas son más de 33.5 millones menores de 15 años; el 85 por ciento, asiste a la escuela; y el 29 por ciento, trabajan.
Al día siguiente, 1º de mayo, se conmemora el Día del Trabajo. Dos celebraciones cercanas; la primera, orientada a proporcionar cuidado y asistencia especial en razón de la vulnerabilidad de la niñez; la segunda, para garantizar la jornada laboral de ocho horas. Fechas dedicadas a la fraternidad y a la comprensión en un mundo ideal. Ello, me lleva a reflexionar sobre un tema que me duele, y lastima a nuestra sociedad: el trabajo infantil.
La OIT define el trabajo infantil como “toda actividad económica realizada por niños, niñas y adolescentes”; y si el trabajo es una actividad que perfecciona a la persona, cuando se realiza en condiciones de explotación, no se respetan los derechos fundamentales de ella.
El trabajo infantil sigue siendo un obstáculo fundamental para hacer realidad el derecho de toda la niñez a la educación y a la protección contra la violencia, los abusos y la explotación. Entre sus principales causas, destacan:
La ignorancia y algunos patrones culturales: llevan a considerar como normal que desde temprana edad los hijos desarrollen la profesión o el oficio de los padres, o que las niñas y las adolescentes atiendan las labores del hogar y el servicio doméstico. Ni la educación escolar ni sus beneficios a largo plazo son valorados como un elemento de desarrollo personal y social.
La violencia familiar es una constante en niños que desempeñan trabajos peligrosos. Existe un importante número de menores de edad que son explotados y huyen del maltrato físico y psicológico porque carecen de un núcleo familiar que les brinde los cuidados necesarios.
La demanda de mano de obra infantil: implica menores costos de producción; las remuneraciones y las prestaciones son parciales o nulas; y en el caso de las actividades productivas familiares, sin remuneración alguna.
La pobreza: puede llevar al abandono escolar debido a los costos indirectos y al costo de oportunidad en la aportación que pueda hacer el niño o la niña al hogar. Deshumaniza a los niños al reducirlos a un simple activo económico.
Cerrar los ojos ante los abusos cometidos contra niños trabajadores empobrece e incluso destroza el futuro capital humano necesario para superar las barreras de la pobreza, limita su pleno desarrollo y erosiona el tejido social.
La alimentación, la salud, la educación, el juego, la protección y el cuidado por parte de la familia, son derechos que rebasan cualquier patrón cultural. Los niños no deben tener más ocupación que la de estudiar y desarrollarse plenamente en actividades propias de su edad. Nada justifica su participación en actividades que los priva de su tiempo y que interfiere en su desarrollo intelectual y físico.
Alcanzar una sociedad más justa y armónica, que permita formar a los futuros ciudadanos que aportarán mucho al mercado laboral a su debido tiempo, es una obligación de padres, gobierno e instituciones.
Mi premisa es que ningún menor de 18 años debería de trabajar en nuestro País. Entonces ¿qué celebramos?