Desde 1922, en México, el 10 de mayo se festeja el Día de la Madre, resultado de una ocurrencia de un directivo de la prensa escrita, de ese entonces, que impulsó una campaña dirigida a los “millones de cabecitas blancas”, palabras de Rosario Castellanos, que “sumisa y abnegadamente”, día a día, cuidaban y velaban a los hijos, “sangre de su sangre”, o como dice Octavio Paz a la “sufrida madre mexicana”, que festejamos el diez de mayo, mientras cocinaban, lavaban y un largo etcétera, sin pedir nada a cambio.
No está mal que el 10 de mayo, muchas veces único día, se celebre o retribuya un poco a la mujer-madre que nos dio la vida, y con ello, la posibilidad de ser. No está mal que ese día se le venere y se reúna toda la familia. No está mal que se le agasaje con un ramo de flores y regalos, algunos, para facilitarle sus quehaceres domésticos. ¡No está mal que la festejemos!
Lo que está mal es que sea el único día del año que se le atienda. Día en que se elevan los precios de los regalos en un 78 por ciento, de las flores en 68 por ciento, de los electro domésticos en 40 por ciento, las comidas en restaurantes en 28 por ciento. ¡Mercadotecnia pura que desquicia y paraliza ciudades, escuelas y oficinas, en el caos de esta Fiesta Nacional!
Y mientras, de los 48.7 millones de mujeres mexicanas mayores de doce años, el 67 por ciento son mamás; el 44.2 por ciento son madres trabajadoras; el 24.8 por ciento son jefas de hogar; además de las madres violentadas, analfabetas, indígenas, con discapacidad, las ausentes en el boato de esta celebración.
Para no caer en la cursilería de este día y superar el enojo y frustración provocado por este dilema…, prefiero terminar con un fragmento del bello poema de un maestro de las letras, Jaime Sabines, a su madre:
“Acabo de desenterrar a mi madre, muerta hace tiempo. Y lo que desenterré fue una caja de rosas: frescas, fragantes, como si hubiesen estado en un invernadero. ¡Qué raro es todo esto!
Es muy raro también que yo tuviese una madre. A veces pienso que la soñé demasiado, la soñé tanto que la hice. Casi todas las madres son criaturas de nuestros sueños.”
“En un principio, con el rencor de su agonía, no podía dormir. Tercas, dolorosas imágenes repetían su muerte noche a noche. Eran mis ojos sucios, lastimados de verla; el tiempo del sobresalto y de la angustia. ¡Qué infinitas caídas agarrado a la almohada, la oscuridad girando, la boca seca, el espanto!
Pero una vez amanecido, la luz indecisa en las ventanas, pasó su mano sobre mi rostro, cerró mis ojos. ¡Qué confortable ciego estoy de ella! ¿Qué bien me alcanza su ternura! ¡Qué grande ha de ser su amor que me da su olvido!
Si tú me lo permites doña Luz, te llevo a mi espalda, te paseo en hombros para volver a ver el mundo.
Quiero seguir dándote el beso en la frente, en la mañana y en la noche y al mediodía. No quiero verte agonizar, sino reír o enojarte o estar leyendo seriamente. Quiero que te apasiones de nuevo por la justicia, que hables mal de los gringos, que defiendas a Cuba y a Vietnam. Que me digas lo que pasa en Chiapas y en el rincón más apartado del mundo. Que te intereses en la vida y seas generosa y enérgica, espléndida y frutal.
Quiero pasear contigo, pasearte en la rueda de la fortuna de la semana y comer las uvas que tu corazón agitaba a cada paso.
Tú eres un racimo, madre, un ramo, una fronda, un bosque, un campo sembrado, un río. Toda igual a tu nombre, doña Luz, Lucero, Lucha, manos llenas de arroz, viejecita sin años, envejecida sólo para parecerte a los vinos”.
Es mi regalo a la mujer que me dio la luz de la vida, Olga, y a las que la perpetúan en mis nietos: Lore, Patty, Ale y Gita. ¡Felicidades mamás!
Por: Patricia Espinosa Torres (*)
[email protected] / Facebook Patricia Espinosa Torres
(*) Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.