Imagínate que eres un experimentado jinete, pero que en vez de ir a caballo vas montando un elefante. ¿Qué tan fácil te resultaría hacer que el paquidermo vaya hacia dónde tú quieras, de la manera que quieras y en el momento que se lo ordenes?
La verdad es que, a menos de que el elefante te pueda leer tu mente, la tarea que tienes por delante no será nada fácil y muy posiblemente acabarás muy frustrado de no saber gobernar a la voluminosa bestia.
Si bien la imagen del jinete y el elefante nos podría remitir a películas como “El Libro de la Selva” o a personajes como el de Indiana Jones, lo cierto es que en realidad se trata de una metáfora que utiliza un psicólogo social para explicar cómo la mente humana está dividida en dos partes que entran en conflicto: el jinete representa a la parte que razona y el elefante a la que se deja llevar por la emoción y el instinto. El reto consiste en hacer que una y otra aprendan a trabajar en equipo.
El psicólogo a quien me refiero es Jonathan Haidt, quien en su libro “La Hipótesis de la Felicidad” explica que la parte primitiva del cerebro (llamada el sistema límbico) es responsable de todas aquellas cosas que hacemos sin pensar, tales como respirar o parpadear. El cerebro automático nos simplifica las cosas; de lo contrario, cada vez que comiésemos tendríamos que instruir al estómago y a los intestinos que hicieran la digestión: “¡Pónganse a digerir ahora, se los ordeno!”. Esta parte del cerebro es a la que Haidt llama el elefante: solita sabe lo que tiene que hacer, sin preguntarnos.
La parte del cerebro evolutivamente más reciente es la neocorteza; es decir el jinete, que nos permite pensar de manera consciente. Nuestro experto la describe de la siguiente manera: “El neocórtex es la materia gris que caracteriza al cerebro humano…es capaz de dedicarse al pensamiento, a la planificación y a tomar decisiones, procesos mentales que pueden liberar al organismo de responder solo a situaciones inmediatas”.
Para ilustrar ambas funciones cerebrales imaginemos que estamos en el cine viendo una película de terror: si de pronto aparece un zombi para sorprender al personaje interpretado por, digamos, Jennifer Aniston y ésta grita desaforadamente cuando el engendro la toma del cuello, es posible que saltemos al unísono en nuestra butaca y soltemos semejante alarido. Esta reacción instintiva se dará en apenas una décima de segundo.
Quien nos ha hecho saltar y gritar sin pensarlo es el sistema límbico, que responde de manera automática ante aquello que percibe como una amenaza a nuestra integridad. Nueve décimas de segundo después, entrará en funciones la neocorteza para tranquilizarnos: “¡Calma!, acuérdate que estás en un cine y solamente se trata de una película”, ante lo cual probablemente sonreiremos un poco avergonzados por el “oso” que acabamos de hacer ante nuestros vecinos de al lado.
Al proponer su metáfora, Haidt nos invita a entrenar nuestro cerebro para que la emoción (el elefante) y la razón (el jinete) aprendan a trabajar juntas. “Cuando el neocórtex aparece – nos explica –, hace que el jinete actúe plausiblemente, pero también que el elefante sea mucho más inteligente”.
Una cosa más: las ideas que produce la neocorteza se manifiestan a través del lenguaje (hablar, escribir). Así pues, cuando Descartes decía: “Pienso, luego existo”, bien podría haberlo expresado también como: “Poder comunicar mis pensamientos por medio de la palabra hablada y escrita es una manera de confirmar que existo”.
Entra aquí en escena la inteligencia emocional, que nos ayuda a “domar” nuestras emociones por medio de la razón, para que no sean éstas las que nos controlen sino nosotros a ellas. “Una persona emocionalmente inteligente es un jinete habilidoso – precisa Haidt –: él o ella saben cómo distraer y engatusar al elefante, sin tener que empeñarse en una contienda directa de voluntades”.
Si trasladamos este conocimiento a nuestras conversaciones diarias, aprenderemos a controlar mejor lo que pensamos y decimos. Por ejemplo, cuando en una situación social le des a alguien las gracias y la otra persona ignore tu cumplido, en vez de dar de inmediato por hecho que tu interlocutor es un maleducado y se le reclames por ello (reacción de elefante), sonríele y despídete con un “¡Que sigas teniendo un excelente día!” (acción reflexiva de jinete). Yo te podría apostar que, al hacer esto, al “desagradecido” se le iluminará el rostro con una espontánea sonrisa dirigida hacia tu persona. ¿Quieres intentarlo?
Referencias bibliográficas: Haidt, Jonathan (2006). “Trust and be trusted”. La hipótesis de la felicidad. Barcelona: Gedisa.
(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa