No es la primera vez que recibo, para atención psicológica, a un menor de edad señalado como autor de ejercer comportamientos sexuales contra otro menor de edad, que es traído por sus padres o enviado por un juez que considera “la necesidad de implementar un procedimiento administrativo de imposición o reserva de medidas de rehabilitación y asistencia social”; pues estuvo involucrado en actividades sexuales no apropiadas para su madurez física y psicológica llamadas “Abusos deshonestos equiparados o violación”.
Es común que se haga hincapié en las violaciones que cometen las personas adultas hacia las personas menores de edad; pero, quizás por temor de aceptar una realidad, no se da a conocer fácilmente lo qué está pasando con los abusos que cometen los mismos niños, niñas y adolescentes hacia sus pares de menor edad. Me refiero a los que cuentan entre 10, 12 años o más edad, pero menores de 18 años.
Dado los principios rectores de la protección de derechos de las niñas, los niños y adolescentes, se busca que todo procedimiento legal dé una certeza jurídica al rango de imputabilidad. Sin embargo, los menores niegan tales hechos y son los padres o tutores quienes acusan y defienden a los involucrados, generando con ello, un doble conflicto legal. Ante tal situación, la valoración psicológica tendrá que aportar un testimonio en torno a si los hechos sucedieron de acuerdo a las condiciones psicológicas en las que los menores se encuentran.
Comprender la conducta sexual de los menores en estas circunstancias, dependerá de la ubicación del desarrollo evolutivo del niño o la niña, pero esta observación deberá ubicarse fuera de los ojos de adultos y cuidadores. Es menester diferenciar lo que pudiese ser una conducta abusiva reactiva, de otra considerada como abuso sexual, y la diferencia entre un juego sexual infantil motivado por la exploración propia de la edad. Otra diferencia a tomar en cuenta, es la crianza socializada a cargo de un padre, varón o mujer. Niños y niñas son educados en familias en donde aún existen estereotipos propios de cada sexo, que pueden condicionar sus respuestas de interacción sexual. Muchos reportes de abusadores señalan que estos habían empezado a abusar a temprana edad o que ellos habían sido víctima de un evento abusador. Esto no es raro si consideramos que todo niño tiene deseos sexuales, pero que, en un momento dado, evada la prohibición de hacer lo indebido, dependerá de algunos factores.
Los elementos a evaluar son: percepción de género en los menores, deseo sexual infantil, concepción de poder, formas de socialización, desapego afectivo, escenario familiar disfuncional y victimización sexual.
Desafiar los paradigmas tradicionales y aceptar que niños y niñas también abusan, ha creado una situación compleja. Las instituciones asistenciales y de impartición de justicia atiende a la víctima en mayor medida que al victimario, y se considera un logro la atención a una mayor cantidad de menores de edad, pero, ¿y los victimarios? ¿O es que las victimas pueden considerarse victimarios potenciales y por ello su prioridad?
El deseo sexual es un deseo y no una necesidad, se constituye a partir de la erotización materna del cuerpo del bebé. Por tal, hay deseo en el infante porque el adulto materno encuentra un límite, algo que le dice que no al ejercicio de ciertos goces con el hijo. Sin embargo, algo habrá de suceder con la influencia de la disfuncionalidad en la que se asuman los padres que, sin saberlo, podrían estar generando conductas sexuales precoces en sus hijos. Por esto es importante que los menores reciban una crianza sexual adecuada y un tratamiento dirigido a que tomen conciencia de lo inadaptable de ese comportamiento, de que es una respuesta a un daño que se les causó, que pueden controlarlo en un ambiente de afecto, respeto y comprensión.
Por: Juan C. García