“Es absurdo dividir a las personas en buenas o malas; las personas son encantadoras o tediosas”, sentenció Oscar Wilde hace más de un siglo. Con el sentido fallecimiento de Juan Gabriel, cantautor inigualable, la frase del escritor irlandés cobra renovada vigencia.

Y es que no hay adjetivo que describa mejor al “Divo de Juárez”. De acuerdo con el diccionario, una persona encantadora es aquella que causa una muy grata impresión en el alma y los sentidos. Y quien encanta, hechiza, pues el encantamiento es una magia ejercida por medio de la gracia, la simpatía y el talento. Sobra pues decir que el conjuro que ejerció el michoacano sobre los mexicanos de todas las edades y clases sociales es más que evidente.

Sin embargo, al compositor – como toda figura pública – le han salido detractores y Nicolás Alvarado quizá sea el más evidente. Como es sabido, este funcionario público hubo de presentar su renuncia como director de TV UNAM tras escribir un artículo difamatorio contra el entrañable ídolo, al que describió como “uno de los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular”. Y a su diatriba agregó: “Me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.

Me uno a la legión de mexicanos que con justa razón se sintieron ofendidos por tan infortunadas palabras. Sin embargo, Alvarado hace uso en su texto de un vocablo que me parece digno de análisis, ya que describe a la música de Juan Gabriel como “camp”. Puesto que no había escuchado este epíteto sesentero en mucho tiempo, me referiré aquí al mismo.

Camp es un término que empezó a usarse a principios del siglo XX para describir cierta forma de comportamiento extravagante o exagerado, que bien podríamos relacionar con la propensión del autor de “Querida” a presentarse con coloridos y vistosos atuendos en sus conciertos y que sin duda contribuían al encanto que éste ejercía en los grandes públicos.

En 1964, la crítica de arte estadounidense Susan Sontag escribió un ensayo intitulado “Notas sobre lo camp”, en el que reconocía su fascinación por este fenómeno cultural. “Me siento fuertemente atraída por lo camp – confesó –, y ofendida por ello con intensidad casi igual”.

Me atrevo a especular que la incomodidad y embeleso de Sontag tiene que ver con la riqueza expresiva de la sensibilidad camp, que evoca a la vez cualidades perturbadoras y lúdicas. Por un lado, se le puede asociar con lo escandaloso, lo superficial y lo frívolo. Y, por el otro, es también expresiva, juguetona, bulliciosa, retozona y traviesa. A fuerza de ser justos, tendríamos que admitir que unos y otros son rasgos característicos de Juan Gabriel.

De acuerdo con Sontag, la cultura popular – es decir, la que favorecemos las mayorías – está repleta de instancias camp. Podríamos, por ejemplo, pensar que “Pelo suelto” de Gloria Trevi fue una canción tan camp como, en su momento, lo fueron la teatralidad y las espectaculares joyas y atuendos de María Félix “La Doña” o la cutre decoración escenográfica de “Siempre en Domingo” y “México, Magia y Encuentro”.

Plantea también Sontag que detrás de la sensibilidad camp se halla un sentimiento tierno, surgido del júbilo de vivir que ésta representa. “El gusto camp – apunta – es, sobre todo, un modo de deleitarse…no de enjuiciar. Lo camp es generoso. Quiere deleitar”. Por el contrario, el gusto “refinado” se toma tan en serio a sí mismo que resulta seco y acartonado.

A mi parecer, la óptica del camp puede resultar oportuna para aquilatar de una manera diferente la invaluable contribución de Juan Gabriel al imaginario popular mexicano. El letrista e intérprete, sobre todo en su etapa de consagración, no solo no camufló su preferencia sexual, sino que la volvió aún más estridente en sus conciertos y presentaciones. En una sociedad tan cruelmente machista como la nuestra, se empeñó en mostrar su franca exuberancia (no es casual que “gay” signifique ante todo “alegre”), indicativa de su fortaleza interior y una descomunal valentía.

Ignoro si el hoy en desgracia Nicolás Alvarado se refirió a Juan Gabriel como un personaje camp en sentido despectivo. No lo sé, pero le agradezco que, al rescatar la idea de lo camp, nos ayude a entender mejor la esencia de tan extraordinario intérprete. Un entrañable hombre del pueblo llamado a convertirse en leyenda.

Hoy lunes se habrá de sumar a una pléyade de homenajes el que se le rendirá, con todos los honores, en el Palacio de Bellas Artes, recinto que lo vio triunfar en vida. Descanse en paz y hasta siempre.

(*) Doctor en Comunicación por la Universidad de Ohio y Máster en Periodismo por la Universidad de Iowa