El pasado 8 de noviembre pasará a la historia como un día que marcará la vida de Estados Unidos (EE. UU.) y de quienes son sus socios y aliados cercanos en el caso de que el presidente electo, el Sr. Trump, haga realidad las promesas que hizo durante su campaña, con las que hábilmente conquistó al sector que ha resultado mayoritario en el electorado norteamericano.
Las promesas incluyen la construcción de un muro en la frontera sur de su territorio, que incluirá “un completo entendimiento de que México reembolsará a EE. UU. el costo completo del muro”, dicha ley incluirá dos años de prisión a los inmigrantes que intenten volver; acabar con los decretos promulgados por Obama, que incluye el plan de Acción Diferida que busca frenar la deportación de indocumentados que llegarona los EE. UU. de niños; reducir los niveles de asilo prohibiendo la entrada de refugiados de países donde actúan grupos terroristas; rechazo al Acuerdo Transpacífico con once naciones en proceso de aprobación por el Congreso; renegociar el el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, complementado con un impuesto de importación de 35% en la frontera con México y un impuesto de 20% sobre mercancías importadas; cancelación de miles de millones en pagos a los programas de cambio climático de la Organización de Naciones Unidas, lo que pondría en peligro la transición de economías pobres hacia uso de tecnologías limpias; nombrar a China como un “manipulador de divisas”, ya que las continuas devaluaciones del yuan se han convertido en una amenaza para la economía de EE.UU.; nombramiento de un nuevo juez para el Tribunal Supremo contrario al aborto, y un proyecto de ley para reducir impuestos a la clase media. Entre otras.
¿A quien le hablaban en la campaña este puñado de ocurrencias? ¿A quién le hablaba el que fue su eslogan de campaña (‘Hacer grande a América, otra vez’)? Veamos quienes votaron por él. Para empezar: más hombres que mujeres, son electores mayores de 40 o 45 años de raza blanca con un nivel educativo máximo de preparatoria, de ideología conservadora, cuya mayor preocupación es la inmigración. En las encuestas de salida, declararon su apoyo a la construcción del muro con México, y la mayoría son residentes de zonas suburbanas y rurales.
Es pertinente referir la Doctrina Monroe, elaborada por John Quincy Adams, sintetizada en la frase: “América para los americanos” y atribuida al presidente Monroe, en 1823. Más allá de lo que implica la doctrina, se trata de una de las máximas con las que son y han sido educados desde pequeños los vecinos del Norte. En particular, para esa clase social que se describe en el perfil descrito de sus votantes, América son los estadounidenses, y lo demás es América Latina, y por ello, ante su propia idiosincrasia, ellos son los auténticos americanos. Entonces se puede ahora entender que este personaje tan astuto para negocios inmobiliarios supiera entender a quiénes y cómo les tenía que hablar para ganar las elecciones.
La victoria de Trump fue producto de una estrategia electoral dirigida al orgullo de millones de norteamericanos que no han formado parte de la transformación que Estados Unidos ha venido experimentando a raíz de la liberación de los mercados. Estos electores ponen al descubierto un fenómeno que parecía que no tocaba al imperio norteamericano y ahora resulta que fue la diferencia en estas elecciones: la ignorancia.
Es preciso tener en consideración las implicaciones y consecuencias que tendrían las promesas de su campaña en el caso de que se lleven al cabo. Una cosa es inventarse una conjunto de ocurrencias para que el electorado se la hubiera creído y, otra, hacerlas realidad.
En este contexto, Trump representa un mundo que va en contra de lo que EE.UU. ha promovido: la apertura y la interdependencia entre las naciones y las sociedades en el contexto globalizado del siglo XXI. Al margen de demostrar que a menor educación hubo un mayor voto por él, vendió un proyecto que pretende regresar a EE.UU. a una postura bravucona, discriminante, paternalista, machista y misógina. Su victoria es un síntoma del rezago, del resentimiento y de la frustración de una parte de la sociedad norteamericana.
Asumiendo que en estas elecciones no hubo fraudes, es necesario reconocer que las ha ganado la ignorancia. No hay nada mas insolente que la ignorancia. Este personaje es un insolente que representa una amenaza para la mitad de sus propios conciudadanos, para su vecino del Sur y principal socio comercial, para América Latina, para la nación que les podría desplazar de ser la primera potencia, China, y para el mundo en general; sin embargo, esta postura de ‘vamos a darle reversa a la apertura y a la interdependencia’, es lo que desean uno de cada dos norteamericanos. Volver a una política proteccionista. Y es ahí en donde está la sorpresa.
El presidente electo de Estados Unidos se encuentra ante un dilema: cumplir o incumplir sus promesas. El cumplimiento de estas promesas representará un desgaste mayor que los beneficios que aparentemente tendrían para quienes votaron por él. Si cumple sus promesas, vendrán crisis, conflictos, enfrentamientos comerciales y, si no lo paran, hasta nuevas guerras. Si no las cumple, aparecerán pronto imágenes de ‘Trumpochio’ con una nariz larga, larga.
Su triunfo entonces, sí es una sorpresa, pero por lo que subyace en la voluntad manifiesta y la radiografía expuesta de una sociedad norteamericana dividida por la ignorancia. Aún cuando no cumpliese estas promesas, la intención es la que cuenta. Quienes fuimos testigos de la Guerra Fría, de los Beatles, de los viajes a la Luna, de la globalización, de la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética, la salida pacífica del PRI de los pinos, del enorme invento del Internet… ¿Estaremos siendo testigos del inicio de la caída de Estados Unidos?