Cualquier líder o gobernante debe presumir de tener características psicológicas como la empatía, la seguridad en sí mismo, el carisma, el contar con un equilibrio emocional con alto nivel de tolerancia a la frustración y el expresar confianza ante sus allegados o pueblo.
El personaje de Donald Trump, actual presidente electo de los Estados Unidos de América, parece asumir un perfil de personalidad con alto nivel de liderazgo, pero que no es del agrado de muchos de sus compatriotas y de poblaciones en el extranjero, particularmente de los mexicanos.Los rasgos que ha mostrado, en sus experiencias públicas de vida y en la pasada contienda electoral, han sido de los llamados rasgos impulsivos, narcisistas y antisociales, muy dado a desafiar a la autoridad y a lo establecido. Si bien él, Donald Trump, se ha caracterizado por ser un gran negociante y exitoso en muchos de sus proyectos financieros, el beneficio por ellos ha sido más personal que colectivos socialmente, de los llamados humanitarios. Defensor de sus intereses e ideas, con niveles cognitivos efectivos, parece no mostrar tolerancia ante los argumentos y necesidades de otras personas, sobre todo de los grupos de minorías.
Para la función de presidente de un gran país, las decisiones de Donald Trump pueden ser abusivas y agresivas para muchos norteamericanos y el resto del mundo. El temor de todo ello es que Donald Trump no tenga la capacidad de autocrítica y de disculpa ante actitudes que perjudiquen a países enteros, o bien, que genere un nivel alto de estrés durante su mandato y que su personalidad se desordene patológicamente.
Las ventajas que tiene el presidente electo, son el haber ganado la contienda electoral y por ello, recibir el reconocimiento de muchos sectores y gobernantes, así como el sentirse respaldado por muchos millones de norteamericanos que se han sumado a su ideología política, diría, muy característica de la imagen histórica del ‘gringo’ dominante, superior y temido.
Hay que recordar que lo peligroso de la realidad no es la que sucede, sino la manera en cómo percibimos el entorno. Estoy seguro que la forma de gobernar de Donald Trump tendrá que ajustarse bajo condiciones de alianzas y política internacional. En el caso de México, debemos hacer un ejercicio de afrontamiento como el siguiente:
Imaginemos el peor escenario económico, social y político por la aplicación de las promesas de campaña de Donald Trump. No son las deseables, pero son las mismas desgracias nacionales que hemos mantenido los mexicanos por muchos años.
Luego de ello, de manera objetiva, identifiquemos los problemas que pudiéramos tener. En ellos siempre habrá situaciones que representan fortalezas y soluciones. Hay que identificarlas.
Pensemos en ellas. Imaginemos cómo queremos estar, socialmente, financieramente, políticamente, educativamente, que debe ser muy diferente al vivir con los problemas, que solo imaginamos habrán de suceder.
Por último, hagamos planeación y acción para estar en las deseables y mejores condiciones sociales. Visualicemos y autogestionemos esa nueva realidad nacional.
El enemigo no es Donald Trump. Somos nosotros, los mexicanos. Tenemos que decidir si queremos defendernos de lo que suceda en Norteamérica o construir una manera de ser y estar que implique ser mejores que ellos.