Insidioso es el hombre. Insidiosa es su contaminación del FBI, tras despedir al director de la agencia, James Comey, por no haberle mostrado “lealtad”. En este caso, “lealtad” significaba disposición para abandonar, a solicitud del presidente Donald Trump, una investigación relacionada con los tratos que hicieron su primer asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, y Rusia.

Ahora, después de que le dieron una semana para investigar qué sucedió hace 36 años entre Brett Kavanaugh y Christine Blasey Ford, el FBI debe concluir en menos de siete días una investigación de la cual podrían depender las vidas de nuestros hijos y nietos. Y lo hace mientras Trump, escudándose detrás del sello de presidente de Estados Unidos, descarga su bilis sobre Blasey.

Contagioso es el hombre. Contagiosa es la perspectiva de Trump de que los jueces deben ser agentes de las personas que los nombran en vez de garantes independientes de la democracia constitucional de Estados Unidos. Trump también quiere la lealtad de Brett Kavanaugh, y el testimonio furioso y emotivo que ofreció el juez ante el Comité Judicial del Senado llevaba este mensaje subliminal: “Soy uno de los suyos”. Fue una maniobra sacada del manual de estrategias de Trump.

La Suprema Corte es el máximo árbitro del Estado de derecho. Fue concebida para ser una parte fundamental del sistema político, no solo un lugar más donde hacer política común, desagradable y polarizada. La confirmación de Kavanaugh sería el remate de un cambio en esa dirección. El objetivo de los tribunales es ser los grandes niveladores de Estados Unidos, no sus grandes divisores e incitadores.

“Las declaraciones de Kavanaugh fueron tan partidistas y dejaron ver de una manera tan clara su incapacidad de ser independiente en cualquier tipo de asunto que genere la política contemporánea que, si lo confirman, se pondría en grave riesgo el Estado de derecho”, comentó Stephen Burbank, un profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad de Pensilvania. Solo hay que imaginar al juez Kavanaugh en un caso de manipulación de circunscripciones.

Vale la pena recordar que Kavanaugh estaba leyendo una declaración preparada cuando dijo que los alegatos de Blasey y una “larga serie de calumnias falsas de último minuto” eran un “golpe político” y una “venganza de parte de los Clinton”. La acusación no era extemporánea. La mea culpa que publicó en The Wall Street Journal es poco convincente: “Tal vez en algunas ocasiones he sido demasiado emotivo”.

Venenoso es el hombre. Venenosa es la incapacidad de Trump de renunciar a la agitación de las masas como su modus operandi político. La mezquindad es la fuente de diversión de este hombre. Siempre lo ha sido, siempre lo será.

Se ha vuelto axiomático lamentarnos por la división tribal de Estados Unidos —la incapacidad para construir puentes o incluso mantener conversaciones entre ideologías diversas, la fractura nacional cada vez más definida en silos políticos consolidados con base en algoritmos— y, por supuesto, las audiencias de Kavanaugh ahora constituyen una clara evidencia de esta desintegración.

Hay algo patético en estos lamentos. Ningún llamado a la civilidad o a la capacidad para tener desacuerdos civilizados (la señal de cualquier sociedad saludable) pesa cuando, desde la oficina más importante del país, emana un río de denigración partidista. El Despacho Oval ennoblece a los estadounidenses o los ensucia. No hay forma de escapar del veneno actual, si no se expulsa a Trump por medio del voto.

Corruptor es el hombre. Corruptora es una presidencia dedicada a desdibujar la línea entre la verdad y la mentira. Trump realiza varias declaraciones falsas o engañosas al día. Es imposible que el viernes recuerdes la mentira que te indignó el lunes. El efecto de esta situación es la devaluación de la verdad. Cada vez son menos los estadounidenses a quienes les importa lo sagrado de los hechos. Veo referencias, incluso en los mejores periódicos de la nación, a la “prensa basada en la realidad” o el “periodismo basado en los hechos”. ¿Acaso hay otro tipo?

A fin de cuentas, se trataba de que las audiencias de Kavanaugh sirvieran para descubrir la verdad: la verdad de este hombre que parece Jekyll y Hyde, la verdad del ataque a Blasey, la verdad de las palabras del juez. Creo que reprobó el examen de la verdad de maneras que lo descalifican para una confirmación.

Sin embargo, los estadounidenses ya no coinciden en el significado de la honestidad. Por lo tanto, las audiencias se han tratado de todo menos de eso: el privilegio de los blancos, el movimiento #MeToo y, por supuesto, Donald Trump.

Corrosivo es el hombre. Corrosiva es la contaminación del FBI que ahora parece estar a punto de extenderse a la Suprema Corte. Otros pilares de la república, entre ellos la prensa libre, están en la mira de Trump. Detrás de los arrebatos dispersos, hay un patrón constante que encaja con todo lo que sabemos sobre un presidente que simpatiza con los autócratas del mundo, desde Moscú hasta Manila, en vez de hacerlo con los líderes democráticos.

Las sociedades libres no mueren de la noche a la mañana. La intensificación de un ambiente de temor intelectual es uno de los síntomas de su debilitamiento. También lo son el desarrollo del culto a la personalidad, el despojo de los significados de las palabras y la propagación de la desorientación.

Infeccioso es el hombre. Infecciosa es la dedicación de Trump para degradar a todo el país a su nivel. Un Partido Republicano débil se incorpora al Partido de Trump. El Tío Sam te quiere en su indecente programa de telerrealidad. Si confirman a Kavanaugh, una situación que parece probable, Trump será confirmado, y el daño que ha hecho este presidente parecerá más irreparable en la era del juez-agente.