Roger Cohen
Cuando estaba cubriendo la guerra en Bosnia, conocí a Nermin Tulic, un prominente actor de Sarajevo. El 10 de junio de 1992, un proyectil serbio le voló las piernas.
Estaba furioso. Me suplicó que no viera sus muñones. Se preguntaba cómo era posible que alguna vez hubiera abrazado a su esposa, que era mitad serbia. Me contó cómo había querido morir cuando yacía en una cama de hospital y, en el piso de abajo, su esposa daba a luz a su segunda hija.
Las palabras de su padre únicamente le dieron la voluntad para seguir viviendo. “Un niño necesita a su padre aunque solo esté sentado en un rincón”.
Soy un patriota europeo, porque atestigüé la forma en que el nacionalismo puede convertir una ciudad europea cosmopolita en un lugar como en el que Tulic perdió las piernas. El nacionalismo autocompasivo y agresivo busca cambiar el presente en nombre de un pasado ilusorio, a fin de crear un futuro incierto en todos los sentidos, excepto en su gloria. Cargado de violencia y temor manipulador, es un ejercicio de engaño masivo. Lo odio con toda mi alma.
Como señaló en 1995 François Mitterrand, el expresidente de Francia, se deben superar los prejuicios, porque la alternativa es el nacionalismo… y “el nacionalismo es la guerra”.
Casi un cuarto de siglo después, el nacionalismo avanza. El presidente estadounidense declara: “¿Saben lo que soy? Soy un nacionalista, ¿lo ven? Soy un nacionalista”. Así es como las palabras peligrosas se vuelven triviales.
Desde Hungría hasta Francia, desde Polonia hasta el Reino Unido, los nacionalistas derraman odio sobre la Unión Europea y buscan su desmoronamiento.
Soy un patriota europeo, porque leí el diario de guerra de mi tío Bert Cohen, quien pertenecía a la ambulancia de campo 19 de la Sexta División Armada de Sudáfrica. El 21 de julio de 1944, llegó a Montecassino, Italia. Esto es lo que escribió en su diario:
“Pobre Montecassino: horror, escombros y desolación inimaginables, carreteras destrozadas y llenas de zanjas, minas, armas trampa y tumbas por todos lados. Enormes agujeros de proyectiles, cráteres llenos de fango estancado, edificios destruidos, escasos restos de estructuras, un panorama silencioso de fantasmas y sombras. Deberían tomar fotografías de este monumento a los peores momentos de la humanidad y distribuirlas en todas las aulas”.
The New York Times Syndicate