Peter Baker.

Durante nueve días, puso el dedo en el gatillo y amenazó con apretarlo. Durante nueve días, puso nerviosos a dos países, industrias multinacionales enteras, grandes franjas de consumidores y trabajadores e incluso a sus propios asesores y aliados republicanos, inseguros de qué sucedería con miles de millones de dólares en juego.
Y después, se acabó casi tan abruptamente como comenzó. El presidente Donald Trump anunció que no implementaría los nuevos aranceles paralizantes que había jurado imponer a México apenas 48 horas antes de que entraran en efecto porque había llegado a un acuerdo migratorio de último minuto, uno que principalmente reafirmaba acuerdos previos.
Nueve días de primavera ofrecieron un ejemplo del enfoque de Trump respecto de algunos de los asuntos más apabullantes a los que se enfrentan él y el país: cuando el objetivo parece estar fuera de tu alcance de manera frustrante y no puedes llegar a él de manera tradicional, amenaza con acciones drásticas, impón una fecha límite, exige concesiones, llega a un acuerdo —real o imaginado— evita el resultado atroz y declárate victorioso. Más que nada, obliga a que todos pongan atención al asunto en cuestión. Lo que parece menos cierto es que el enfoque dé resultados sostenibles.
A menudo hay dramas que él mismo provoca, y, naturalmente, él termina siendo el héroe. Adopta posturas maximalistas y emite brutales ultimátums para imponer acciones, argumentando que los problemas extremos exigen tácticas extremas. Sin embargo, a veces parecen ser poco más que pretextos y engaños que sustituyen la creación seria de políticas, una manera de fingir que hay progreso sin resolver en realidad el problema subyacente.
“Este es un patrón que hemos visto desde los primeros días del gobierno”, dijo Ned Price, exfuncionario de la CIA que fue parte del personal del Consejo de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama y ahora es director de políticas en National Security Action, una organización progresista de defensa de políticas extranjeras.

“El presidente provoca una crisis, impulsa a su base electoral en torno al desafío, no determina la definición de éxito, finge que adopta una postura estricta y —¡milagro!— encuentra una solución que implica poco más que cambiar de fachada, si acaso”, dijo Price. “Para Trump, es una situación en la que solo hay ganancias”. No obstante, “el perdedor suele ser el pueblo estadounidense, a menudo la base electoral de Trump ante todo”, agregó.

Se vivió lo mismo apenas hace dos meses. Trump amenazó vigorosamente con cerrar la frontera con México por completo a menos que este país hiciera más para detener la inmigración ilegal. México prometió hacer algo al respecto. Trump retiró la amenaza. Sin embargo, el flujo de migrantes solo aumentó, por lo que Trump emitió una nueva amenaza el 30 de mayo, esta vez para imponer aranceles en aumento que habrían entrado en vigor el lunes.

Esta amenaza sacudió lo suficiente a México como para que su secretario de Relaciones Exteriores fuera a Washington a prometer más medidas de nuevo. Bajo el nuevo acuerdo anunciado el viernes por la noche, México aceptó desplegar la recién formada Guardia Nacional en todo el país para evitar que los migrantes lleguen a Estados Unidos y expandir un programa que sujeta a algunos migrantes a esperar en México mientras sus solicitudes de asilo son procesadas en Estados Unidos.

No obstante, México ya se había comprometido a llevar a cabo esas medidas, y había rechazado una exigencia más importante, el tratado de un “tercer país seguro”, el cual le da a Estados Unidos la capacidad de rechazar a solicitantes de asilo si no han buscado refugio en México primero. En cambio, México aceptó seguir hablando de una decisión como esa a lo largo de los próximos 90 días.

Aun así, los defensores de medidas más estrictas en materia de inmigración aplaudieron el acuerdo de Trump, y dijeron que sus tácticas de negociación de línea dura habían rendido frutos. Incluso si la consecuencia principal es presionar a México para que sea más agresivo respecto de las políticas que en teoría había adoptado anteriormente, dijeron que eso justificaría el esfuerzo y podría rendir frutos a largo plazo.

“Estas son, en efecto, tácticas inusuales de negociación”, dijo Alfonso Aguilar, presidente de Latino Partnership for Conservative Principles. “Imponer aranceles como una manera de obtener un resultado específico es muy arriesgado, sobre todo si esos aranceles permanecen en vigor durante mucho tiempo”.

“Sin embargo, Trump ha logrado usar de manera eficaz la amenaza de aranceles o su imposición real para alcanzar objetivos específicos en un periodo breve. A veces se ha tratado de cosas que han eludido a presidentes anteriores porque han seguido maneras más convencionales de negociar”, agregó Aguilar.

Otros presidentes en efecto fueron más sensatos respecto de lanzar amenazas, pues temían las consecuencias en caso de tener que cumplirlas o el daño a su credibilidad si no lo hacían. Los académicos no pudieron nombrar a ningún otro presidente que fuera tan prolífico en su uso de amenazas como herramienta de liderazgo como lo ha sido Trump.

“Ni uno solo”, dijo Shirley Anne Warshaw, profesora de Gettysburg College, que ha escrito varios libros en torno a la toma de decisiones por parte de los presidentes. “Es atípico”, agregó, refiriéndose a Trump.

Las amenazas estresan a los aliados casi tanto como a los adversarios. A lo largo de la semana pasada, los republicanos del Senado y las corporaciones estadounidenses rechazaron la posibilidad de imponer aranceles a las importaciones mexicanas, los cuales pudieron haber tenido un impacto de gran alcance en las cadenas de suministro de la industria automotriz y otros sectores mientras aumentaba el costo de los productos en tiendas para el consumidor.

Incluso después de que llegaron a un acuerdo el viernes por la noche, la Business Roundtable emitió un comunicado en el que básicamente le pidieron a Trump que no lo hiciera de nuevo, y agregaron que estaban “muy preocupados por la amenaza o la imposición de aranceles para tratar de hacer cambios a las políticas con nuestros vecinos y aliados”.

Después de todo, a la industria le gusta la certidumbre y la previsibilidad, al igual que a Washington. Lo único previsible respecto de la presidencia de Trump es la imprevisibilidad. “No quiero que la gente sepa exactamente qué estoy haciendo o pensando”, escribió en su libro de campaña. “Me gusta ser imprevisible. Eso los mantiene desequilibrados”.

Por lo menos respecto de eso, sin duda tuvo éxito. Durante nueve días, hizo que todos estuvieran desequilibrados”.