El 8 de septiembre habrá elecciones locales y regionales en Rusia. La atención se ha centrado en la contienda electoral para renovar el consejo (duma) de la capital, Moscú, mismo que representa el poder legislativo del alcalde moscovita y en el que los candidatos independientes están siendo impedidos de participar, lo que ha provocado varias manifestaciones de protesta, con el saldo de miles de detenidos.
Al más puro estilo del viejo priísmo mexicano, las autoridades electorales y el gobierno ruso han efectuado toda clase de chapucerías para impedir la participación de candidatos no controlados por el partido oficial.
Los candidatos independientes, que no tienen relación con ninguno de los partidos presentes en el parlamento, se han visto obligados a reunir firmas del 3% del electorado, alrededor de 5 mil electores, en un plazo de 3 semanas. Aún los que lo han logrado, han visto sus candidaturas rechazadas alegando que muchas de las firmas eran falsificadas o que los electores no existían, lo que dio pie a que varios académicos y periodistas que los habían apoyado con sus firmas, denunciaran el hecho y se hayan burlado de las autoridades diciendo que los habían convertido en fantasmas y que habían descubierto con sorpresa que no existían, junto con sus esposas, padres, hijos y amigos, como lo pretendieron las autoridades.
La cadena intimidatoria ha llevado a la policía rusa a catear casas y departamentos de líderes opositores, junto con varios de sus simpatizantes.
El problema para el nuevo zar Vladimir Putin y para su partido es que el electorado ruso está cansado de sus prácticas gangsteriles dentro y fuera de Rusia, que las condiciones económicas, salariales y de trabajo se han deteriorado gravemente por las sanciones económicas que los rusos han tenido que enfrentar debido a las aventuras políticas de su presidente, como la anexión de Crimea, los ataques militares a Ucrania y las intenciones de secesionar algunas de las provincias de este país.
Menos de un tercio de la población apoya actualmente al partido oficial, de acuerdo con encuestas, y pese a ello, Putin mantiene con mano férrea el control del poder y de sus soportes. Putin no es demócrata ni acepta la democracia, proviene del viejo armazón político-militar que controló la vieja URSS por más de 70 años y ha tejido una red de corruptos magnates que se adueñaron de las principales empresas del estado comunista, aliados de la mafia del crimen organizado que apadrinaron todo el tiempo.
Moscú es la segunda capital más grande de Europa y por ello la importancia de lograr cualquier tipo de apertura en el cerrado sistema político ruso.