Quienes critican a Barr consideran que su discurso refleja la dureza de su partidismo
Ross Douthat
En dos discursos recientes, uno en Notre Dame y otro ante la Sociedad Federalista, el fiscal general Bill Barr enfureció a gente que de por sí ya estaba enfurecida con él por sus extensos ataques contra el liberalismo contemporáneo.
El primer discurso, una defensa de la libertad religiosa y el conservadurismo religioso, atacó la “creciente ascendencia del secularismo y la doctrina del relativismo moral” y condenó “la inmensa cantidad de sufrimiento, desastre y desgracia” que se ha desatado en “la nueva era secular”. El segundo discurso, una defensa del poder presidencial, atacó la resistencia anti-Trump –la del Congreso y el Poder Judicial, no solo la de los activistas– que socava las normas legales y participa en “una destrucción constante de la autoridad del Poder Ejecutivo”, al reducir la presidencia a un estado de debilidad que frustra sus propósitos constitucionales.
Quienes critican a Barr consideran estos discursos como incendiarios por la dureza de su partidismo. Sin embargo, desde la perspectiva de la audiencia a la que buscan llegar, las élites conservadoras en esencia dan la impresión de ser ejercicios de consuelo.
Hay dos maneras de leer los retratos imprecisos, pero ideológicamente reconfortantes de nuestra política que describió Barr. Una, la que Damon Linker respalda de manera parcial, es más alarmista: si los conservadores creen que incluso la presidencia actual está demasiado limitada y que las élites seculares pueden ser culpadas de todos nuestros problemas, entonces deberíamos temer una ola autoritaria de la derecha.
La otra, que me atrae por mi propia obsesión con la decadencia, más bien enfatizaría la futilidad. Un conservadurismo que de manera constante se reconvierte a la cosmovisión de la era de Reagan no está listo para reclamar un poder autoritario de gran envergadura, al servicio de una revolución religiosa o cualquier otra causa. Está listo para una repetición, una paralización y un fracaso… donde siempre buscará la iniciativa, pero, en realidad, se dejará arrastrar por sí mismo, un bote a contracorriente, hacia el mundo de la juventud y el pasado de Bill Barr.