Padre Antonio Escobedo CM
Antes que nada, debemos distinguir entre la fiesta de la Asunción y la fiesta de la Ascensión. La fiesta de la Asunción corresponde a María. Ella fue tomada y llevada en cuerpo y alma. En cambio, la fiesta de la Ascensión corresponde a Jesús. Él no fue llevado, sino que por sí mismo y sin necesidad de ayuda subió al lugar donde está el Padre.
Cuando hablamos de la Asunción, no debemos confundirla con una elevación, subida o levitación. La Asunción no se limita al desplazamiento corporal que vivió María de la tierra al cielo. La Asunción es mucho más que un viaje en ascenso desde la tierra hasta las nubes. Pensar así es reducir y perder el sentido de la fiesta y del misterio de salvación.
La Asunción de María nos habla sobre todo de la glorificación plena de su Hijo, el Señor Resucitado. Celebramos, nada más ni nada menos, la Victoria de Jesús sobre todos los obstáculos que nos impedían llegar a Dios. Por supuesto, también es la victoria de María que supo abrirse totalmente a Dios, que le alabó con su Magnificat y le fue radicalmente dócil en su vida respondiendo con un sí total a su vocación. Ella, como la primera seguidora de Jesús, ahora es glorificada y asociada a la victoria de su Hijo.
Esta fiesta también es nuestra victoria porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. En María se condensa nuestro destino, pues su sí también es nuestro sí.
No podemos negar que la fiesta de hoy es una de las más populares y consoladoras de las que la Iglesia dedica a la Virgen María, quien es identificada como modelo de lo que es y espera ser toda la comunidad cristiana. Es una fiesta que alegra el verano y constituye una buena noticia contagiosa de esperanza para la Iglesia. Esta celebración, con sus cantos, oraciones y lecturas, quiere contagiarnos de optimismo. Necesitamos fiestas de estas porque la imagen de comunidad en marcha y en lucha que nos da el Apocalipsis sigue siendo actual en nuestros tiempos. No nos resulta fácil el camino de la fidelidad a Dios.
La Asunción es un grito de fe en que es posible la salvación y la felicidad. Se confirma que el programa liberador de Dios va en serio. Es una respuesta a los pesimistas que todo lo ven negro. Es una respuesta a los materialistas que solo ven factores económicos y sensuales en nuestro mundo. Es la prueba de que nuestro destino no es la muerte, sino la vida.
Para terminar esta reflexión, pongamos atención a lo que provoca la presencia de María con su prima Isabel. Cuando esta oyó el saludo, quedó llena del Espíritu. Es fascinante que haya podido sentir la presencia de Jesús que todavía estaba en el vientre. Nosotros vamos a misa, comulgamos, oramos y, por lo tanto, sabemos que Jesús está en nosotros… ¿las personas que nos rodean sienten la presencia del Señor que llevamos o solamente perciben los enojos, tristezas preocupaciones…?