ALEJANDRO GUTIÉRREZ BALBOA
Un ejemplo muy cercano de lo que significa el populismo de derecha lo representó el Gobierno, la personalidad y las acciones de Donald Trump. Sin embargo, existen otros populismos desde la derecha bastante más confusos por el impacto de sus acciones y la simpatía que indudablemente despiertan en muchas personas.
Polonia y Hungría son un caso peculiar. Ambos países sufrieron casi medio siglo del denominado “socialismo real”, convirtiéndose en colonias del stalinismo ruso hasta su disolución a fines de los años 80. Posteriormente, fueron de los primeros en solicitar su ingreso y en ser aceptados por la Unión Europea y por la OTAN, marcando sin duda su distanciamiento del bloque ruso y aliándose a su adversario.
Desde 2015, el partido Ley y Justicia gobierna en Polonia y desde 2010 lo hace Viktor Orban en Hungría. Los polacos han minado la independencia del poder judicial, pretenden instaurar un modelo más bien autoritario y han rechazado la migración musulmana.
Orban ha sido más radical, ha atacado la libertad de prensa, la independencia del poder judicial y el sistema multipartidista de su país. Mientras ha rechazado la migración musulmana, su gobierno ha sido señalado muchas veces de constituir una cleptocracia, las acusaciones de corrupción crecen.
Esto los ha enfrentado con las autoridades de la Unión Europea, cuya rama ejecutiva, la Comisión Europea, ha congelado fondos para ambos países, destinados a aliviar el impacto de la pandemia, por sus constantes choques con los valores de la Unión. Ha retenido 42 mil millones de dólares a Polonia y 8.4 mil millones a Hungría.
Algunos aspectos son controvertidos, en particular, los referentes a los derechos de las minorías, en que los choques con las autoridades polacas y húngaras se han multiplicado. Tanto Polonia como Hungría rechazan la denominada ideología de género y la plena libertad para las minorías sexuales. Incluso, en Polonia, algunas zonas han sido declaradas “libres de personas LGTB”, lo que le ha acarreado sanciones de la Unión Europea.
Pero otros aspectos, como el derecho de los padres a educar a sus hijos en sus propios valores y a prevenirlos de los abusos que en la práctica sufren muchos menores con leyes más permisivas, son claras intervenciones ilegítimas de las autoridades europeas. El conflicto se mantiene y no tiene fácil solución.