Roberto Mendoza
La vida es difícil para casi todos. De alguna u otra forma, en el desarrollo de los años se van superando retos que nos marcan, nos vuelven sentimentalmente más fuertes y en algunos casos más sabios. También, hay hechos que nos dañan irremediablemente. El rencor y el odio son sentimientos muy fuertes y pueden apoderarse de nosotros. El presidente tiene este problema, no puede superar las derrotas que marcaron su vida y ahora que está en su mejor momento es imposible para él ser generoso con las personas que, cree, son sus adversarios, aunque sean una parte del pueblo mexicano.
¿Quiénes son las personas que supuestamente están en contra del presidente? Primeramente, las que han estudiado mucho, los ‘sabelotodos’ que llegaron más allá de una licenciatura y más los que se han ido a estudiar al extranjero, donde definitivamente se han convertido en unos delincuentes. Los que de alguna manera han puesto en riesgo su dinero, poco o mucho, y se arriesgan en un negocio. Los empresarios son, según este Gobierno, en su mayoría corruptos y ventajosos.
Otros de los enemigos del presidente son los periodistas, no por su labor, sino por sus jefes que en prácticamente todos los casos desechan la idea del periodismo profesional y están al servicio de oscuras maquinaciones en contra de esta supuesta transformación; el sentido periodístico mexicano e incluso mundial es, para el presidente y su vocero, cercano a la mentira, a la falta de datos y a la ridícula exageración. Solo excepcionalmente los que publican las noticias oficiales o que celebran lo que dice el presidente son dignos de llamarse periodistas.
Todo indica que el presidente no quiere gobernar para todos, sino solo para los pobres y para las personas que piensan igual que él. Si uno quiere vivir de una manera más cómoda y holgada, inmediatamente se convierte en un aspiracionista, en un miembro de una clase media que, alejado con mucho esfuerzo de la pobreza y que en muchos casos no tiene garantía de no regresar, se vuelve individualista, clasista, incluso racista y ladino, capaz de darle la espalda a su prójimo.
El pasado miércoles, durante la lectura de su discurso, el presidente dio la muestra más clara de su rencor, de esa muina contenida en su corazón, de un berrinche que esperó muchos años para liberarse. Su Gobierno ha hecho todo bien, los neoliberales y sus adversarios han recibido un justo trancazo. “Tengan para que aprendan”, se metieron con la persona equivocada, y sufran todo lo que puedan, que la historia es nuestra; ya hemos cumplido nuestra misión.
El resentimiento de muchas batallas perdidas aflora a diario en el presidente; es la marca de su Gobierno. Otra característica es la soberbia, porque, después de todo lo que tuvo que esperar, es imposible fallar, entonces, por decreto, ninguna de las decisiones que ha tomado son erróneas.
El costo de este triunfo es la división. Los que piensan que hace lo correcto son bienvenidos, los que piensan que hay cosas que están mal e incluso los que creen que hay cosas buenas y otras que se pueden mejorar están en la esfera de los tontos, y si tienen dinero, de los locos.
La parte humanista del presidente es solo para sus amigos. No puede ser benevolente con todos, no hay magnanimidad para esa parte del pueblo que puede y quiere pensar diferente. La venganza sí es su fuerte. A la herida abierta del resentimiento se le agrega a diario la sal de la frustración de una transformación que avanza hacia el desastre.