Daniel Lizárraga
El pasado domingo 16 de octubre, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, tuiteó o retuitó 33 mensajes para mofarse de los cientos de personas que marcharon en la capital salvadoreña en protesta por su posible reelección, así como por la imposición de la Ley Bitcoin, la privatización del agua, los recientes despidos en la Asamblea Legislativa, los feminicidios y la remoción de jueces, entre otras demandas acumuladas.
Bukele alentaba a sus más de 3 millones de seguidores a denostar a quienes caminaban sobre el inclemente sol calificándolos como personas pagadas por la oposición, cuando era evidente que la marcha fue encabezada y, sobre todo, organizada por asociaciones civiles que se han alejado de los partidos oposición –o lo queda de ellos–.
Bukele, con sus mensajes y con la investidura que representa, alienta el odio y abre paso al resentimiento. La cabeza de un Gobierno incapaz de respetar a quienes piensan distinto.
Este fue uno de sus mensajes: “Les pedí UNA, SOLO UNA IMAGEN AÉREA DE LA PLAZA COMPLETA. De la hora que quieran. Solo una. Pero AÉREA y de la plaza COMPLETA. Aquí les dejo esta para ayudarles (aunque ni así llenan la plaza)”.
El tuit lo acompañó, en efecto, de una imagen con la plaza medio vacía y 17 emojis de caras amarillas llorado de risa. Un jefe de Estado enviando ese tipo de mensajes.
El presidente de El Salvador piensa que únicamente el haber ganado una elección por mayoría abrumadora y luego repetir la misma dosis en los comicios legislativos de febrero pasado significa en automático un mandato para imponerse a costa de lo que sea.
Otro de sus mensajes: “Primero Dios, cuando pase esta pandemia les enseñaremos (de nuevo) cómo se llenan las plazas”.
Una democracia que dirime sus diferencias como si fuera un juego de vencidas. Un presidente que reta a los inconformes. No hay más ley que su palabra una vez enviada por Twitter.
Bukele manipula a la gente que lo apoya prometiendo llevar a El Salvador al paraíso terrenal y, si es necesario, habrá que pasar por encima de quien sea. Un Gobierno que no se mira en el espejo, que se asume como perfecto porque Dios le habla.
El juego de Bukele es claro: el aparato propagandístico que lo rodea lo ha ungido como un símbolo que aglutina la rabia ciudadana respecto a los gobiernos corruptos de izquierda y derecha. Su imagen y sus palabras son en realidad llamados a la unidad contra los malos. Al igual que otros autócratas o dictadores históricos en el mundo, ha logrado crear una bandera a la cual defenderá todos: el partido Nuevas Ideas que usa los colores de la bandera salvadoreña –azul y blanco– con una enorme N al centro que remite a su apellido.
A la prensa independiente hay que aniquilarla por medio del propio sistema: cortarles el financiamiento o ponerlos en situación de riesgo económico, además de lanzar críticas constantes descalificándolos como emisarios del pasado. A su alrededor, tiene un grupo de asesores leales: los estrategas políticos del opositor venezolano Juan Guaidó.