El reportaje se fue construyendo por dos semanas, a pie de tierra
Daniel Lizárraga
El derecho de réplica no es potestad de las autoridades o de los legisladores. En forma sencilla, podemos decir que cualquier persona lo puede ejercer, más en estos tiempos con la llegada de las redes sociales. Me toca el turno de ejercerlo ante una afirmación sin sustento que hizo sobre mi trabajo el presidente López Obrador. Aunque no mencionó mi nombre, en la conferencia de prensa mañanera el pasado 16 de febrero, sí aludió a mi trabajo cuando estuve en la revista Proceso.
Es día expresó lo siguiente: “(…) En vísperas de la elección del 2006, sacaron una portada diciendo ‘El Estado soy yo’. Ahora ya no es igual, insultan, se desesperan porque ya hay otros medios. No son los únicos, con las redes sociales. Por eso vale la pena enfrentarlos, en buena lead. Fuera máscaras. Cada quien en su sitio (…)”.
López Obrador citó esa portada de Proceso como un ejemplo más de lo que él considera una prueba para demostrar que Proceso no contribuyó al cambio democrático en las elecciones del 2018. En el caso referido, no hubo ninguna estrategia oscura para golpear a su movimiento. Nadie me dijo qué hacer. Esa portada fue por un reportaje publicado en la coyuntura de la guerra sucia lanzada desde las élites del poder económico y, específicamente, desde la campaña del candidato del PAN, Felipe Calderón.
En aquellos días, el bombardeo de ‘spots’ calificando a López Obrador como “un peligro para México” explotaba en la radio y televisión comerciales. Yo, asignado a la campaña del candidato presidencial de la izquierda, debía indagar qué haría, cuál sería su respuesta.
El reportaje se fue construyendo por dos semanas, a pie de tierra. El momento culminante fue el martes 25 de abril del 2006, cuando en la sede de la coalición Por el Bien de Todos, en la colonia Roma de la Ciudad de México, López Obrador tuvo una ríspida reunión de trabajo con los cinco coordinadores regionales de las Redes Ciudadanas y el entonces líder del PRD, Leonel Cota. La campaña sucia fue el único tema por tratar.
En el reportaje se reconstruyó esa junta. Como reportero asignado a la campaña, debía informar a los lectores(as) de Proceso qué haría López Obrador. Eso era, incluso, una obligación no con el poder, mucho menos a quienes pagaban esa campaña negra. El tema era conocer el siguiente paso de la izquierda. Nada más.
En esa reunión, López Obrador pidió a sus colaboradores darle un voto de confianza para enfrentar en solitario la guerra sucia. Entre los asistentes le pidieron algo más que los discursos en los mítines. El candidato atajó cualquier otra alternativa que no fuera convencer a la gente pasando el mensaje de boca en boca, comprometerlos a conseguir 10 votos por cada simpatizante.
“Bueno, bueno, ya no le sigan”, les dijo. El candidato estaba convencido de que él solo podría contra la guerra sucia. De hecho, estaba convencido de que ese tipo de estrategia funcionó cuando el expresidente Vicente Fox ordenó quitarle el fuero como jefe de Gobierno en la capital del país para someterlo a un juicio que en realidad pretendía impedirle participar en las elecciones del 2006.
La ruta correcta desde su perspectiva era una: la movilización ciudadana. Él y solo él era la estrategia que pedían. La dirección de Proceso decidió poner ese reportaje en portada: “La estrategia soy yo”. No fue: “El Estado soy yo”, como dijo López Obrador. No podía ser como él aseguró porque no era presidente.
Si el presidente quería que no se publicara nada sobre esa reunión, está equivocado. No estaba dispuesto a ocultar esa información. Si su decisión, ese momento, fue enfrentar la guerra sucia solo con sus palabras y su presencia en los mítines, así había que decirlo.
En caso de que hubiera aceptado hacer algo más, como se lo sugerían sus colaboradores, el ángulo del reportaje hubiera sido otro. La autocensura o, peor aún, la censura para no revelar lo que pasó era incompatible con la línea editorial de ese medio de comunicación, y también conmigo. Más allá de preferencias personales, que todos las tenemos, había que informar a las lectoras(es) cuál era la decisión de su campaña.
¿Tuvo razón o se equivocó el candidato? Esa respuesta corresponde a los lectores(as) de la revista o, en su caso, a los analistas políticos. Ocultar esa información no era, ni sería, hacer periodismo. La única trinchera es informar lo que me toca, de la mejor manera posible. Nada más. No hago ni he hecho nunca propaganda. Aun cuando los lectores(as) de Proceso fueran en su mayoría simpatizantes de López Obrador, había que informar que harían ante la guerra sucia. El trabajo nunca fue desmentido por el candidato ni sus colaboradores.
López Obrador sabe lo que sí sucedió tras el reportaje. No puedo escribirlo en esta columna porque el único testigo que tengo lamentablemente ya falleció: Julio Scherer García. No puedo relatar lo que me dijo porque, obviamente, no tengo su autorización.