Como lo advirtieron especialistas de la salud, las vacunas contra la COVID no iban a erradicar la enfermedad o evitar que las personas se contagiaran, pero sí iban
a salvar vidas. Así ocurrió en la cuarta ola de la pandemia, que ya va de salida en el país.
La emergencia sanitaria golpeó a una nación enferma, que desde hace décadas estaba advertida de los altos índices de obesidad, diabetes y sus derivados, como los males cardiacos; estas condiciones llevaron a México a estar en el top mundial con los índices altos de mortalidad por el coronavirus.
Por fortuna, la ciencia –o el negocio de los laboratorios– generó biológicos que, si bien no han completado los procesos normales de investigación, ayudaron a contener la gravedad de una enfermedad que todavía es incurable.
En el país, más del 80 por ciento de la población adulta ya tiene –al menos– una dosis de la vacuna anti-COVID y más del 50 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 17 años también han sido inoculados. Aún está pendiente la vacunación para los menores de edad, que están a semanas de regresar en su totalidad a la escuela.
En Querétaro, las muertes fueron hasta cuatro veces menos que las de la segunda ola, que quedó registrada como una de los etapas más lamentables con 2 mil 87 queretanos fallecidos entre diciembre de 2020 y febrero de 2021.
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