Mario Maraboto
Después de poco más de 5 años de ver y escuchar diariamente al presidente de la República (lo que ningún otro presidente siquiera había intentado), es evidente que hay un desencanto en un gran sector de los votantes que creyeron en el cambio: que terminaría la corrupción, que se acabaría con la pobreza y que tendríamos un sistema de salud de primer mundo, entre otras cosas. Lo mismo le sucedió a los norteamericanos durante el segundo periodo de Barack Obama, así como a otros presidentes, especialmente en Latinoamérica.
En cualquier caso, estamos hablando de incompetencia, un tema que se hace presente ante cada proceso electoral y que se llega a vivir durante el ejercicio del poder. Elaine Kamarck, investigadora en estudios de gobernanza en Brookings Institute, afirma en su libro “Why Presidents Fail”, que un liderazgo presidencial exitoso ocurre cuando se conjuntan tres habilidades: política, comunicación, y ejecución.
Explica que cuando un presidente falla es porque no logra armonizar las tres habilidades, a pesar de tener asesores expertos en cada tema. Luego, cita a Samuel Kernell, profesor de Ciencia Política en la Universidad de California en San Diego: “Los presidentes modernos pasan más tiempo hablando y viajando, que en el trabajo. Es decir, pierden el balance requerido para un buen liderazgo presidencial. Pasan tanto tiempo hablando que confunden hablar con hacer”.
Kamarck resalta que, cuando el político llega al poder presidencial lleva consigo a su equipo político con el único fin de seguir en campaña. “Se obsesiona por la comunicación y los mensajes, creando un espejismo que se diluye frente al fracaso gubernamental. El liderazgo presidencial falla por no saber ejecutar, razón por la que ninguna estrategia puede dar resultados… y en política importan los resultados”, dice.
Es evidente que el actual presidente de México ha decepcionado a muchos de sus seguidores como resultado de su incompetencia para lograr el equilibrio en el ejercicio del poder. En él han pesado más la comunicación y la política que la ejecución; su liderazgo como gobernante ha dejado mucho que desear con relación al bienestar de los ciudadanos; se ha pasado muchísimo más tiempo hablando y viajando para propósitos personales. que siendo productivo en el trabajo; ha confundido deliberadamente el hablar con el hacer, y en el hablar se incluye también el hacerlo a la ligera y mintiendo.
Más que preocuparse por gobernar, se ha centrado en hacer campaña, primero para posicionarse como “el mejor presidente que ha tenido México” y, luego, para fortalecer a la candidata de su movimiento con la mira de dar continuidad a su legado de incompetencia dentro de un mundo paralelo en el que la palabra presidencial pesa más que los resultados. Se ha ocupado más en hacer política partidista que en formular políticas públicas para mejorar los servicios que debería brindar el gobierno en todos los sectores bajo su responsabilidad.
Muestra de ello es la evaluación de su gestión de la pandemia realizada en el Informe independiente “Aprender para no repetir” que revela como, a través de una comunicación continua pero manipulada, desestimó el peligro para proteger la política, pero con una pésima ejecución que derivó en un saldo del doble de fallecidos de los que podría esperarse. La irrefrenable diarrea verbal del presidente ha contagiado a su candidata a la presidencia quien, de haber iniciado con buen desempeño en la gestión de la pandemia, prefirió olvidar la ejecución para dar paso a la política.
Si en el pasado reciente teníamos una presidencia cuasi imperial, este sexenio puede ser calificado como el de una presidencia retórica e improductiva basada en un movimiento, no de regeneración, sino de degeneración nacional. Mucha palabra y pocos resultados. Pero a las palabras se las lleva el viento y de ello derivan las decepciones.