Julieta Díaz Barrón
Vivimos en una era en la que el tiempo es uno de los recursos más preciados. Nuestro día nunca varía en extensión, pero sí en actividades que alcanzamos a realizar en ese espacio. Si imaginamos una tabla comparativa de lo que una persona tiene que hacer hoy con lo que una persona en una circunstancia similar dedicaba hace veinte, cincuenta o cien años, tendríamos una radiografía interesante de la evolución del contexto cultural, económico, tecnológico de nuestra sociedad.
Hoy, millones de personas que tienen que dedicar mucho tiempo a traslados, cuidados, satisfacción de sus necesidades, trabajo, estudio deciden dedicar mucho tiempo, que hasta les puede robar horas de sueño, trabajo o convivencia, para ver su teléfono. Resulta paradójico que, con las demandas de la vida moderna, que van reduciendo espacios libres, una de sus características más distintivas sea que quienes más lo sufren, se quiten ese tiempo. Entretenimiento, escape, diversión, distracción. A eso se le ha llamado economía de la atención.
Miles de millones de dólares circulan en la economía mundial producto de un puñado de empresas que dominan ese recurso escaso y que pelean por él. La economía de la atención ha hecho millonarias a empresas como TikTok o a celebridades (o influenciadores, como se decida nombrarles) como Khaby Lame.
Las y los comunicadores tienen una de las tareas más titánicas del presente: modelar los mensajes que reclamen segundos de atención. Poner al centro mensajes que importan.
MT