Fernando Islas
La reforma electoral que se busca aprobar en próximas fechas es el tema central de la clase política mexicana.
Por un lado, existen aquellos mártires de la democracia que aseguran que el instituto que está encargado de regular la vida electoral de este país, ha tenido un papel honroso durante su existencia, opinión que es bastante cuestionable tomando en cuenta que, por lo menos en las elecciones de 2006 y 2012, fue cómplice de los grupos de poder que temían la llegada de Andrés Manuel López a la silla presidencial.
Tuvo que surgir un vendaval como el del 2018 para que ni siquiera los que se ostentan como dueños de México tuvieran margen para actuar en contra de la voluntad del pueblo que ya había sido expresada en dos ocasiones. A este antecedente podemos sumar un sinnúmero de atropellos a diferentes candidaturas de la izquierda, que son impulsados con el único fin de evitar la salida de aquellos que, a través de la dádiva, compran los buenos gestos de un instituto que poco o nada suma a la participación ciudadana y al respeto de su voluntad.
Hoy, estamos ante la oportunidad de reordenar a nuestra clase política, restando espacios de representación plurinominal, que lo único que representan son los intereses de aquellos que los ostentan y que, en pocas palabras, viven de una jugosa beca legislativa, al mismo tiempo que le pone freno al derroche de dinero que simbolizan los partidos políticos y por supuesto hace una transformación al INE que hoy en día parece ser más oposición a AMLO que un órgano autónomo, con salarios estratosféricos que, con franqueza, no merecen.
Tiempo al tiempo, los cabildeos y acuerdos están en proceso. Espero que, con el pasar de las horas, esta reforma sea una realidad por el bien de la democracia en nuestro país.