Lucas: 21, 5-19
En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez de la construcción del templo y la belleza de las ofrendas votivas que lo adornaban, Jesús dijo: “Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando; todo será destruido”.
Entonces le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?”. Él les respondió: “Cuídense de que nadie los engañe, porque muchos vendrán usurpando mi nombre y dirán: ‘Yo soy el Mesías. El tiempo ha llegado’. Pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones, que no los domine el pánico, porque eso tiene que acontecer, pero todavía no es el fin”.
Luego les dijo: “Se levantará una nación contra otra y un reino contra otro. En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, y aparecerán en el cielo señales prodigiosas y terribles.
Pero antes de todo esto los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Con esto ustedes darán testimonio de mí.
Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.
Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.
Reflexión
Trabajo y Parusía
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla de la parusía, esto es la venida de Jesucristo al fin de los tiempos. Nos indica los signos precursores: guerras, revoluciones, terremotos y epidemias. Además anuncia las persecuciones de los fieles cristianos.
Pero Jesús también promete su protección y salvación en medio de la tribulación. Sólo exige de nosotros perseverancia, constancia y fidelidad.
Jesús, en el Evangelio, nos da a entender que su última venida no es tan inminente. Por eso no tenemos ningún motivo para vivir en la ociosidad, aguardando pasivamente el fin de los tiempos.
Esta era la actitud de numerosos cristianos en Tesalónica, como San Pablo nos explica en la segunda Lectura de hoy (2Tesalonicenses 3, 7-12). Engañados por una falsa espera de la llegada de Cristo, se entregan a vanas discusiones, rechazando trabajar.
Por eso, San Pablo los invita una vez más a tomar conciencia del valor del trabajo. Porque la caridad cristiana no puede favorecer la pereza. ¡Qué cada uno coma del fruto de su trabajo! La dignidad del hombre exige no ser carga para nadie. El mismo apóstol San Pablo nos da el ejemplo en esto.
También Jesús tiene esta misma actitud que San Pablo frente al trabajo. Durante la mayor parte de su vida trabajo con sus manos. Era como San José carpintero. Y recién cuando tuvo 30 años comenzó a predicar el Evangelio del Reino y dedicó todas fuerzas a esta gran tarea.
Jesús no habla del trabajo, pero al inaugurar el Reino en este mundo, descubre su verdadera dignidad. Los hijos de Dios aportan su colaboración en la construcción del Reino, cumpliendo con fidelidad su tarea y misión personal. Porque mediante el trabajo humano logramos dominar el mundo y, además, superarnos a nosotros mismos…
El cristiano está en condiciones de trabajar por la verdadera humanización de la tierra y por la transformación de las relaciones entre los hombres. Cristo nos ha hecho capaces de transformar el mundo, poco a poco, hasta convertirlo en un lugar donde habite la justicia y donde los hombres se amen unos a otros.
El fin del mundo es, por eso, para nosotros, los cristianos, una esperanza. El fin de los tiempos no debe ser una catástrofe, sino una realización. Dios no quiere aniquilar este mundo, que tanto ha amado, sino que quiere construirlo y perfeccionarlo con nuestra ayuda. Depende también de nuestro esfuerzo que la parusía sea una catástrofe o bien una culminación.
No conocemos la fecha del fin de los tiempos, pero el Evangelio nos indica signos de la parusía. Así nos dice San Mateo: “Este Evangelio del Reino se predicará en el mundo entero, en testimonio para todas las naciones, y luego vendrá el fin” (24,14). El fin sería, entonces, una manifestación gloriosa y universal de Jesucristo.
Queridos hermanos, nuestra esperanza, nuestra inquietud debería ser la misma: el fin, la perfección del mundo tiene que ser obra nuestra. Nosotros somos los responsables de su salvación. La venida final de Cristo depende de nosotros.
MT