Mateo: 4, 12-23
Al enterarse Jesús de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea, y dejando el pueblo de Nazaret, se fue a vivir a Cafarnaúm, junto al lago, en territorio de Zabulón y Neftalí, para que así se cumpliera lo que había anunciado el profeta Isaías: Tierra de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que yacía en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.
Andaba por toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando la buena nueva del Reino de Dios y curando a la gente de toda enfermedad y dolencia.
Reflexión
Vocación a la imitación de Cristo
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
La vocación de los cuatro apóstoles, que está en el centro del Evangelio de hoy, es una llamada para reflexionar sobre nuestra propia vocación a la imitación de Cristo El relato sobre la vocación apostólica que acabamos de oír, nos muestra tres elementos: el primero, la llamada por Jesús: “Venid conmigo”; segundo, la respuesta de los llamados: “ellos al instante, dejando las redes, le siguieron” y tercero, la misión para la que son llamados: “Os haré pescadores de hombres”.
En la Biblia toda vocación parte de una llamada de Dios. Hay llamamientos emocionantes en la historia de la salvación: el de Abraham, de moisés, de los profetas, de San Pablo y de todos los apóstoles. Siempre es una llamada personal, dirigida a la conciencia más íntima del individuo que transforma radicalmente su existencia. Muchas veces, por eso, Dios da un nombre nuevo al elegido, como por ejemplo a Abraham, a Jacob o a Simón, llamado entonces Pedro. Y esa vocación siempre es iniciativa de Dios, es elección por gracia, porque Dios elige a los que Él quiere.
Cristo llama a cada uno. Pero esa llamada personal no se dirige solamente al grupo de los doce apóstoles, o al círculo más amplio de los primeros discípulos, sino también a cada ser humano, sacerdote o laico, contemporáneo de Jesús o posterior a Él. Así también cada uno de nosotros, en nuestro bautismo fuimos llamados, por primera vez, a la imitación de Cristo. Y desde entonces, Dios repitió y renovó esta vocación muchas veces y de muchas maneras.
Ciertamente, Él no da a todos la vocación de seguir a Cristo como los apóstoles y discípulos, como los sacerdotes y religiosos, que ponen a su servicio todo lo que son y tienen. A muchos Dios los llama a la vocación de laicos. Y si los dos grupos se distinguen entre sí respecto a sus tareas y responsabilidades específicas, son iguales en cuanto a la actitud fundamental de entrega por la fe y la caridad, de deber ser imitadores de Cristo. En el fondo, toda la predicación de Jesús es invitación para seguirle, y está dirigida, como sabemos, a cada persona.
Dios espera una respuesta libre a su llamada. Un compromiso de corazón y de toda la vida, con una adhesión de fe y de obediencia. No siempre el hombre es consciente tan inmediatamente de la vocación, como los apóstoles del evangelio de hoy. Muchas veces tiene miedo y trata de rehuirla, como algunos de los profetas. Porque con frecuencia la vocación aparta al hombre llamado y hace de él, un extraño entre los suyos.
También de cada uno de nosotros Dios espera una respuesta adecuada ¿Estamos nosotros siempre abiertos y atentos para sus llamamientos, para sus inspiraciones y exigencias?
¿Nos dejamos conducir por Dios en el camino que Él quiere y en el que Jesucristo nos precedió? Si “son muchos los llamados, pero pocos los elegidos” – como nos dice la Biblia – es porque muchos invitados, también hoy en día, no aceptan su vocación a la imitación de Cristo.
Si Dios llama, es para confiar una misión. Toda vocación lleva inherente una misión. Así los cuatro apóstoles en la lectura de hoy, son llamados a ser pescadores de hombres. También cada uno de nosotros, sacerdote y laico es llamado por Dios para una misión personal. Ella se distingue de la de los demás, según su carácter y talento, su profesión y responsabilidades de cada uno.
MT