Mario Maraboto
Con mucha frecuencia, cuando el actual presidente de la República intenta descalificar un movimiento o una acción grupal que demanda de soluciones, se refiere a ello como “pura politiquería”. Para él, las críticas sobre el manejo de la pandemia eran politiquería, al igual que los ataques a su candidata en el Edomex o las impugnaciones del INE a su “plan B”.
Cuando la pandemia en 2021 expresó “Porque hay mucha manipulación de que no quisimos vacunar a los (médicos) privados, eso no es cierto, es politiquería” (aunque erra verdad), cuando en 2022 los familiares de los mineros de El Pinabete solicitaron la destitución de la coordinadora de protección civil AMLO dijo: “eso ya es politiquería, se va a seguir hablando con ellos, se está haciendo esa labor” (aunque no se pudieron rescatar los cuerpos), cuando la SCJN falló en contra de la militarización de la guardia nacional, dijo “Politiquería ramplona”.
Contrario a la política, entendida como la función social de gestionar los recursos del estado para el bien común y mantener un orden en las relaciones entre los ciudadanos, la politiquería es un accionar desvirtuado de la política, que se vale de la corrupción, el chantaje y diversas estrategias para realizar una gestión inconstitucional e ilegal para defender los intereses y ambiciones de un grupo minoritario. Diríamos que es un abuso del poder político. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua la define como “Hacer política de intrigas y bajezas”. Digamos que es una degeneración de la política usufructuando el poder en beneficio personal del gobernante.
Hacer política implica dialogar para resolver conflictos, buscar y mantener cohesión social, respetar y hacer respetar las leyes y actuar dentro de las normas no escritas del comportamiento sociopolítico; la política se hace con ideas y propuestas, con diálogo e intercambio de opiniones diversas, es hablar con la verdad manteniendo firmes las convicciones personales y respetando las de los otros. Con la política se busca convencer, no imponer.
Hacer politiquería significa crear “guerras sucias”, atribuyendo a los contrarios acciones que no han realizado o frases que no han pronunciado; implica mentir cuando sea necesario, manipular información a conveniencia, ser inconsistente, según convenga, en ideas, pensamientos o acciones, hacer ofrecimientos que no se cumplirán o que se exhibirán como realizados aunque sea en apariencia.
¿Qué ha hecho AMLO durante los últimos años (especialmente al frente del Poder Ejecutivo)? Ciertamente no ha hecho política. ¿Recuerdan ustedes que, como Presidente electo, en una entrevista televisiva descartó la idea de vivir en Los Pinos o en Palacio Nacional porque “ya tiene ocupación y hay hasta una escuela” y “estamos pensando mejor en una casa cercana, no residencia. Una casa normal. De interés medio”? ((480) ¿Dónde vivirá AMLO cuando sea presidente? – YouTube) Un ofrecimiento que no se cumplió. ¿Qué ha hecho con los integrantes de la oposición? Una guerra sucia, no un diálogo. ¿Cuánto tiempo lleva responsabilizando a sus antecesores por la inseguridad? ¿Cuántas mentiras o verdades a medias dice diariamente para justificar sus ineficiencias?
El sociólogo peruano Gonzalo Portocarrero definió en un ensayo: “Aunque pueda tomarlos como excusa, la politiquería no tiene nada que ver con los intereses generales. El fin de la politiquería es la ganancia personal por la via de producir una apariencia de respetabilidad tras la que se esconden pasiones descontroladas. La voracidad por el dinero o el poder, o la envidia, el rencor y los celos, son los móviles verdaderos de la politiquería. De ahí nacen la intriga, la traición, la retórica vacía, la falta de lucidez. Finalmente, el desgobierno”.