Mario Maraboto
A mediados del siglo XIX los compromisos de compra y venta se hacían de viva voz en la trastienda de una dulcería, en una oficina o en la calle, y la garantía que se ofrecía era la palabra de los involucrados. Cuando inició operaciones la bolsa de valores se hizo famosa (y es el lema de la BMV) la expresión “mi palabra es mi compromiso”, era una palabra de honor y que valía mucho, considerando la cantidad de transacciones y el dinero que ello involucra.
Honrar la palabra empeñada habla de la integridad ética de la persona pues significa cumplir con los compromisos establecidos; se trata de un principio de personas honestas, que no mienten ni cambian a conveniencia la palabra dada, es decir, no engañar a las personas a quienes se ofrece la palabra como garantía de cumplimiento acode a las expectativas creadas.
Lamentablemente, en la actualidad, confiar en la palabra de alguien, especialmente de un político y más si está en campaña, es sinónimo de ingenuidad, especialmente si se vive en medio de problemas económicos, de continuas expresiones que incitan a la violencia y de mentiras como forma de gobierno.
AMLO ha gobernado (es un decir) con la palabra, pero expresar una intención no es lo mismo que cumplir con lo ofrecido. Cuando la semana pasada se inició el movimiento de los empleados del poder judicial ante la desaparición de casi todos sus fideicomisos, el presidente expresó que los trabajadores no van a ser perjudicados en nada: “Es mi palabra y soy un hombre de palabra, y los compromisos se cumplen”, dijo.
¿De veras AMLO sabe lo que significa empeñar la palabra y cumplir compromisos? A lo largo de su presidencia y desde la campaña, ha empeñado su palabra para “transformar” al país. Algunos recuerdos:
“A más tardar en un año ya está funcionando toda la línea (12 del metro de la CDMX), y es mi palabra. …dejo empeñada mi palabra de que vamos a resolver el problema”, dijo en mayo de 2022 y aún no funciona TODA la línea.
“Me comprometo, y soy hombre de palabra, a que las inversiones de accionistas nacionales y extranjeros estarán seguras. Pronto, muy pronto, tendremos lo tercero, un buen gobierno, y en ese compromiso empeño mi honor y mi palabra”. (Discurso de toma de posesión, y hoy hasta Elon Musk duda sobe su inversión en México).
“Ahora vamos a que, entre todos, así como se distribuían las vacunas, vamos a distribuir los medicamentos hasta los pueblos más apartados, no van a faltar, o me dejo de llamar Andrés Manuel” (Zacatecas, Noviembre 25, 2021) y todavía no sabemos cómo se llamará en adelante.
“Tengo palabra, no soy igual que otros”, respondió a familias de desaparecidos en Quintana Roo. (Julio 21 2022). Los desaparecidos continúan y no sólo en Quintana Roo.
Aunque no siempre empeña su palabra, ha formulado ofrecimientos que no se han cumplido. Prometió regresar al Ejército a los cuarteles, pero ha militarizado al país; ofreció no tirar un solo árbol para construir un tren, pero ha devastado la selva en la zona; prometió acabar con la corrupción, pero la ha incrementado a beneplácito; nos ha dicho en varias ocasiones que tendríamos servicio médico como el de Dinamarca (y hasta mejor), pero ni siquiera hay medicinas, también que la economía crecería 6% y ha quedado muy lejos de ello.
Al tomar posesión expresó: “Actuaré sin odios, no le haré mal a nadie, respetaré las libertades, apostaré siempre a la reconciliación” ¿De veras lo ha hecho? Este ha sido un presidente de palabras (millones de palabras) pero no un hombre de palabra, como se define a sí mismo.
Creo que los empleados del Poder Judicial deberán seguir preocupados por sus fideicomisos. Las de AMLO son sólo palabras.