Roberto Mendoza
En un país con 47 millones de pobres y con una clase media que se empata en número, hablar de altos salarios, incluso de cómo algunos ganan mucho dinero llama la atención. El presidente lo sabe, el discurso sobre los pobres es una bandera que le ayudó a llegar a la presidencia. Andrés Manuel López Obrador en su infancia, no fue pobre, ni rico, fue simple “era yo muy feliz” ha dicho, a su pueblo, cuando fue niño, no había llegado la modernidad, ni tampoco la sofisticación de la riqueza.
En el fondo el presidente no ha dejado de ser un hombre básico, no entiende mucho la tecnología, no sabe mucho de finanzas, ni de procesos administrativos, tampoco de leyes, no le gusta ir como presidente a países extranjeros, ni a reuniones de corte económico, no entiende de conflictos internacionales y tampoco los mecanismos de la ONU, no le gusta la transparencia porque en su simpleza se niega a cambiar lo que siempre, según su perspectiva, le ha servido. Lo dijo claramente en junio de 2019 en un discurso en Ecatepec, ante la mirada atónita del entonces gobernador Alfredo del Mazo: “No crean que tiene mucha ciencia el gobernar… la política tiene más que ver con el sentido común…con el juicio práctico… es hacer historia… permite a la autoridad servir a sus semejantes, servir al prójimo… por eso no nos cuesta trabajo acabar con los lujos en el gobierno, ya saben como eran los políticos de antes: fantoches…”. Esto le ayuda a conectar con millones que son como él.
Este elemental lenguaje y ligereza de pensamiento ayuda al presidente a mentir en sus conferencias mañaneras, quizá no siempre con intención, porque muchas de las cosas que dice son ocurrencias que van pasando por su cabeza y resuenan, que es lo importante, en sus seguidores. Un ejemplo es la controversia en contra de los ministros de la corte y demás funcionarios del poder judicial; en 2022 el presidente afirmaba que ganaban 400 mil pesos mensuales, esa cantidad ha ido aumentando hasta que hace unos días aseguraba que ganan 700 mil, al paso, pronto dirá que ganan un millón mensuales.
¿Importa lo que supuestamente cobran? Nadie gana un sueldo de ese tamaño en el país, ni siquiera Carlos Slim quién percibe, según la empresa Paige Group, 543,000 pesos mensuales. Pero la fantasía de la cifra ayuda al presidente a decirle a una multitud de millones de pobres que si hay privilegios y privilegiados, encamina el odio, la furia, la frustración de un pueblo que cada día tiene más pobres y genera un ambiente de envidia; la idea es muy sencilla, ¿Por qué ellos sí, mientras yo, cada día vivo menos cómodo? ¿Por qué de lo poquísimo que gano, debo darles una partecita a estos…fifís que ni trabajan? No importa si ese dinero ha sido ganado de manera honrada o fruto de la meritocracia.
El presidente no pretende un país de pobres, eso ya lo consiguió. Quiere un país de simples, donde todos le aplaudan sus ocurrencias, donde no haya mucho espacio para la reflexión, el pensamiento crítico o elaborado, el arte o la abstracción, quiere lo práctico, lo inmediato: que cuando grite todos reaccionen, cuando llore todos estemos tristes, cuando se enoje todos respondamos furiosos.
Estamos en una disyuntiva, en el umbral de un país que pretende ser algo nuevo o algo viejo, por un lado, una dictadura sin dictador, pues tendremos a una presidenta y una supuesta continuidad, habrá que ver si será sólo un títere o tendrá otras propuestas. Por el otro lado otra mujer que pretende ser disruptiva y encontrar el camino a un país que no conocemos, uno donde la sociedad, los ciudadanos participen más y en todo, y los partidos menos, pero sin desaparecer, aún no sabemos exactamente cómo será. ¿Decidiremos ser dóciles o valientes y renovarnos? La decisión es nuestra, no falta mucho.