Gonzalo Flores/Infrasónico
Cuando Alejandro entró al Exconvento de San Hipólito, en la Ciudad de México, un solitario cantautor y guitarrista estaba al centro del lugar. Su voz era acompañada por decenas de fieles seguidores que ahí se congregaban, todos conocedores y uno que otro extraviado en una noche bohemia donde decibeles y alcohol era lo que sobraba.
Javier, Mario y Jorge habían invitado a Alejandro para que conociera la experiencia de presenciar a Armando Palomas en concierto. Transcurría (si la memoria no falla) el año 2006, y Palomas promocionaba su disco ‘Que se muera el rock y que viva el mambo’, apenas el 11.° de su carrera, número que se triplicó una vez pasada la década de 2020.
Conforme avanzó la velada musical, Alejandro supo que estaba frente a un grande, aunque muy fuera del ‘mainstream’ o el entorno comercial. Canción tras canción, aquel joven se adentró en el singular universo del originario de Aguascalientes para no salir de él jamás, gracias, principalmente, a ‘La canción del mutilado’.
Poeta y trovador, único en su tipo, irónico, crítico, perspicaz, que puede pasar de un bolero al rock o del blues al huapango, Armando Palomas, durante 30 años, ha surcado a contracorriente la industria musical para ganarse su lugar dentro de la cultura mexicana contemporánea, como uno de los más importantes compositores de la actualidad.
Ahora, el cantautor regresa a Querétaro, el próximo 15 de diciembre, al Club Latino, inmerso en su gira de despedida, ‘La Última Noche’, después de que en marzo pasado el cantautor hiciera lo propio en tierras queretanas y tras una gran demanda de boletos con la que mucha gente se quedó afuera del recinto aquella noche. En general, en todas las ciudades donde se ha presentado con esta gira ha colgado letrero de ‘sold out’.
Para este encuentro, Armando ofrecerá un concierto acústico, íntimo, de esos que se quedan grabados en la memoria, pero este es todavía más especial por ser el último que ofrece en la ciudad.
De esos que, como a Alejandro, hacen que versos como: “Y aunque no tenga pies, ni manos ni boca, tengo una guitarra que toca y retoca la misma canción, que dice viva… viva la revolución”, se queden impregnados en la mente, a pesar de los años, de las distancias y de los daños.
Adiós, Palomas… Gracias por 30 años de compartir tu esencia y tu libertad.